jueves, 3 de diciembre de 2015

Caput Mundi

Roma... no es una Ciudad cualquiera: te remueve posos, y te deja huella...




Nací en una tierra que, dos mil años atrás, ya era Provincia romana: en el 212 después de Cristo, gracias al Edicto de Caracalla, seguramente todos mis antepasados -incluyendo los probables moros y judíos- eran ciudadanos de Roma; mis lenguas familiares -mi lengua materna, la otra lengua que se habla en la tierra donde nací y vivo, la vieja lengua cuyas palabras oía yo en Boltaña, la primera lengua extranjera que aprendí...- son toscos dialectos del Latín tardío, esa lengua majestuosa y difícil que estudié en el colegio y escuchaba en las Iglesias que frecuentaba, franquicias locales de una Multinacional que en Roma tiene, por decirlo así, su Sede Corporativa... Barcelona, mi ciudad, está llena de ruinas romanas; en Boltaña había una villa romana, que se sepa; en casa de mis suegros, en Sant Esteve, hay un capitel romano... he vivido toda mi vida sometido a un derecho privado que es, en gran medida, derecho romano; en mis municipios gobiernan ediles, y el fin de los días activos de muchos políticos que conozco es el Senado... para colmo, llevo por nombre el de una gens romana... por eso, cuando el avión de Alitalia -después de sobrevolar majestuosamente el estrecho de Bonifacio, permitiéndome ver al mismo tiempo dos tierras que quiero visitar, Córcega, tierra de bandoleros, patria de Napoleón, y Cerdeña, tierra también de bandoleros, patria del queso con gusanitos, bellas ambas en su singularidad- empieza a descender sobre los campos del Lazio, dejando distinguir ya el parasol de sus hermosos pinos, acercándose al Aeropuerto de Roma, Caput Mundi, Cabeza del Mundo, aliso maquinalmente mi imaginaria toga: a ciencia cierta, no se si estoy llegando a Roma, o estoy volviendo a ella...



Una vez aterrizado, en el Cercanías ligeramente "vintage" que te conduce a Termini, ves desfilar tras tu ventanilla los patios traseros de cientos de casas suburbanas... si quieres saber algo de un país, mira sus patios traseros, que en las fachadas, la gente se esmera un poco... nada que ver con los que he visto en Francia, en Alemania, en Austria, cuidados como jardines, con sus barbacoas, sus enanitos, sus bebederos para pájaros... bicicletas viejas, lavadoras oxidadas, hierbajos hasta la cintura, mierda del año que le pidas... me recuerdan los que ves desde el Rodalies entre Barcelona y Sant Celoni... "Esto es como en casa -le digo a Blanca-, vete preparando..."


Peazo ruínas...!

Salimos de Termini y, a pie, nos encaminamos hacia nuestro hotel, que está a menos de un kilómetro... la primera impresión nos lo ofrecen las termas de Diocleciano; había visto en el mapa que allí estaban sus ruinas, pero no sabía qué quiere decir "ruinas" en Roma: en mi tierra, las ruinas romanas son muretes de pocos centímetros de alto, rescatados tras excavar y donde debes usar tu imaginación para adivinar perímetros de edificios o viales... aquí, de las Termas de Diocleciano se conservan prácticamente dos tercios de lo que eran cuando Diocleciano cortó la cinta... muros de muchos metros, bóvedas casi enteras, aprovechadas para viviendas, para iglesias... comprendes que los Bárbaros, cuando tomaron Roma, hicieron algunos desperfectos y que, desde entonces, la ciudad ha vivido de la acumulación, sin negar sus orígenes, construyendo sobre ellos... veremos eso en todas partes, en el inmenso casco antiguo de Roma, una urbe -la Urbe- que superaba el millón de habitantes hace dos mil años... en cualquier calle mal pavimentada y llena de miles de motos aparcadas, adosado a cualquier fachada desconchada -de ese bello color romano, dorado y rosado a la vez-, una columna labrada, un muro de sillar, incluso una estatua... en ningún momento olvidas que estás en la Capital de un Imperio que ha marcado la Historia de Europa y del Mundo... está ahí, vivo, en lo que dejó, y en lo que se reconstruyó tomándolo como modelo, y ahí entran tanto el Renacimiento y el neoclasicismo como -¡ay!- Mussolini... desde los balcones del Palazzo Venezia arengaba a las masas, haciéndoles creer en un ya imposible Imperio cuyo único recuerdo, a estas alturas, son las peanas de unas estatuas en la Vía del Foro, y su inapreciable contribución al esponjamiento del Casco Urbano de Barcelona...

¡Desde aquí hablaba Il Duce...!


Bueno, si son renovados...!


Pero Italia es también la capital del último Estado moderno constituido en Europa: ya se que hay muchos posteriores, pero ya me perdonarán...- Y eso se nota también... nuestro hotelito -pequeño, algo destartalado, pero elegante, encantador...-está en zona de embajadas y ministerios... en cuanto lo veo, empiezo a menear la cola, de contento... ¡funcionarios, aquello está lleno de colegas...! Entre otras cosas, eso supone pequeños restaurantes a precio arregladito y comida poco imaginativa pero agradable, donde incluso se puede pagar con los vales que nos daba la Generalitat antes de descubrir que, si nos los quitaba, tampoco pasaba nada... También tenemos enfrente la Embajada de Turquía, lo cual nos garantiza la presencia permanente de un coche de los Carabinieri, con sus tripulantes siempre al acecho con sus metralletas, esas pequeñas "Beretta" que parecen diseñadas por Armani... hay mucha presencia policial en Roma, cosa que siempre le da al turista un "plus" de tranquilidad, incluyendo unas curiosas garitas de cristales blindados, para un único "carabinieri", que encuentras en muchas calles...  me río pensando en el "casting" para las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad: los bajitos, morenos y con bigote, a la Polizia Nazionale -ahí hubiese ido a parar yo-; altos y más bien rubios, a los Carabinieri; elegantes como un embajador de país bueno, a la Guardia de Finanza... algo más allá del Hotel está la Porta Pía, por donde entraron los soldados de Italia, poniendo en fuga a los Zuavos pontificios, sellando así la Unidad de Italia y encerrando a Pio IX, -ese papa con nombre de pastelito- en la Ciudad del Vaticano, que el Concordato con Mussolini transformaría en Estado de opereta, y, detrás de la Porta Pía, el Policlínico Gemelli, donde hace pocos meses (estamos en 2005) había muerto Juan Pablo Segundo, el Papa Woytila, hoy ya santo...

Il Re...



Sigo escrupulosamente las instrucciones de la Guía, y compro, en un quiosco de prensa, diez billetes que sirven tanto para el Metro como para los autobuses urbanos: no presto mucha atención a la cara de asombro del vendedor: el Metro de Roma tiene -creo- solo dos líneas, y pocas estaciones: comprendo perfectamente que construir lineas de Metro en Roma debe ser un tormento; a cada paletada de tierra deben aparecer restos arqueológicos que, en cualquier lugar, haría paralizar las obras... bajamos a la estación de Termini, y descubro el por qué de la extrañeza del vendedor: hay, como en todas las estaciones de Metro, tornos que se accionan introduciendo el billete, pero nadie los usa: todo el mundo pasa por una puerta abierta, donde un cartel indica que se ha de enseñar el abono, pero nadie hace ademán de enseñar absolutamente nada... sentada en una silla de enea, una empleada mira, absorta, hacia la vecina pared, sin mover un músculo, casi sin pestañear... Igual pasa en los autobuses: la máquina de cancelar los billetes está en la puerta delantera, y la gente la evita entrando por cualquier otra... me entero de que la culpa de esta situación la tuvo un alcalde comunista, que estableció la gratuidad del transporte urbano: su sucesor -no tan comunista, por lo visto- restableció el pago, pero la gente ya se había acostumbrado... enseguida te acostumbras tú también a seguir la tónica general... ¡A tu salud, camarada sindaco!!

De todas maneras, por barato que te salga, no deja de tener sus riesgos; en el primer viaje en Metro, me roban del bolsillo del pantalón un monedero con tres o cuatro euros... el quebranto económico no es mucho, pero me sorprende la habilidad de los chorizos; cuando lo han intentado en Barcelona, siempre me he dado cuenta a tiempo... en evitación de males mayores, tomo medidas: llevo unos pantalones "The North Face" diseñados, sin lugar a dudas, por algún paranoico, para moverte por lugares peligrosos, con un bolsillo interior de muy difícil acceso; allí guardaré mi cartera a partir de ahora y, eso sí, en cada tienda donde compre o en cada restaurante donde coma, tendré que preguntar por los lavabos para allí, en la intimidad, proceder a la compleja operación de quedarme medio en pelotas para sacar de su escondrijo los billetes justos o la tarjeta de crédito y, una vez pagado, vuelta al lavabo... me entra la risa pensando en que, si alguien me siguiese, llegaría a la conclusión de que la comida romana me ha provocado un ataque de disentería...

Justamente, todo lo contrario: allí donde se puede comer pasta, soy feliz, y en Roma comes y cenas pasta cada día, si quieres...y los precios, algo carillos, pero dentro de lo razonable. Como en todas partes, hay que andar con ojo con el vino, pero la cerveza "Nastro Azzurro" es muy buena, y cubre perfectamente sus funciones... hay también ensaladas, muchas ensaladas, especialmente las riquísimas de ruccula y parmiggiano... descubrimos también la auténtica mozzarella, bastante mejor que los sucedáneos a los que estamos acostumbrados y, en una dirección que me pasa un amigo, unos magníficos filetes de bacalao "a la Romana", frito rebozado, de unas dimensiones importantes... y en cualquier calle, gelatti riquísimos; en una heladería, frente al Panteón de Agripa, comento con Blanca "¿Cómo se llamará eso...?" "Eso se llama "cucurucho"", contesta la dependienta, con acento centroamericano... "Eso será en tu pueblo y en el mío -le contesto- pero, ¿Y aquí...?": Cornetto, claro, son cornetti... comeremos en lugares muy variados, como un encantador restaurante bajo una higuera, en plena Roma histórica, junto a la Judería, o en una calla peatonal, al lado mismo de la Fontana di Trevi: siempre muy bien.

Aquí quedaba clara la especialidad: Filetes de bacalao...


En este caso, preferí no preguntar...





La omnipresencia de la Roma clásica -en una ciudad que incluso utiliza el anagrama SPQR, Senatus Populusque Romanus, el Senado y el Pueblo Romano, para la tapa de sus alcantarillas- y las evidentes señales de la capitalidad moderna -el majestuoso, aunque estéticamente discutible. monumento a Victor Manuel, el rey unificador- no empañan la presencia soterrada del recuerdo del régimen fascista... aquí la desfascistización no ha sido, ni de lejos tan intensa como en Alemania: no en vano en el Parlamento Italiano ha habido siempre presencia de diputados más o menos claramente fascistas, y la tumba donde descansan los restos de Mussolini, después de un periplo macabro deliciosamente italiano, está abierta al público y es objeto de visitas masivas en los días señalados... también los de la otra acera tenemos bien presente nuestros fetiches; no fui a ver San Juan de Letrán, frente al cual se alzaba la tribuna donde falleció, en pleno míting, Enrico Berlinguer, pero no hay que buscar mucho para dar con recuerdos del PCI, Il Partito, la mayor esperanza en su momento de un Comunismo democrático... y, en otro orden de cosas, sí pasé por la céntrica calle donde apareció el cadáver de Aldo Moro, junto al cual se enterraba también la esperanza del Compromiso Histórico, la infructuosa tentativa de aunar lo mejor de la tradición democristiana con el impulso popular del Comunismo, reconstruyendo la unidad de acción que, al fin y al cabo, ya se había dado en el Movimiento Partisano.




Cari compagni...!

A las dos Romas oficiales -la clásica y la capital del Estado moderno- hay que sumar, por supuesto, la Tercera Roma, el Stato della Cità del Vaticano, la mínima estructura de poder temporal que reviste la sede de la Iglesia Católica, de la cual, nominalmente, aún soy integrante... un territorio "independiente" -aunque sin fronteras, como a mí me gustan-, matrículas para los coches, sus monedas -aunque son euros-, sus sellos -aunque apenas se envíen cartas, son emisiones exclusivamente para filatélicos- ¡sus policías...! esos increíbles Guardias Suizos, cuerpo en cuyo seno se produjo un asesinato doble -o triple, ya no recuerdo- absolutamente novelesco... ahora me entero de que tienen hasta cárcel, donde pena sus errores un monseñor español con novio catalán "indepe"... y funcionarios, montones de funcionarios... el centro de Roma está lleno de curas y monjas impecablemente ataviados, guapos -y casi guapas-, recién afeitados -¿recién afeitadas?-, que van de un lado a otro cargados de maletines de ejecutivo, con ese paso apresurado de los atareados servidores públicos, aunque vayamos a tomar el café de las diez de la mañana... mientras tanto, por mi tierra, los curas tienen que negociar con la Guardia Civil para que no les controlen la alcoholemia porque, los domingos por la mañana, de tantos pueblos como cubren y tantas misas como dicen, seguro que darían positivo... ¡hasta en esto está mal repartido el Mundo, hay que joderse...! Decididamente, no es Roma lugar para recuperar la Fé Católica precisamente... aunque llegas a plantearte -como hacía un viajero- que, si después de dos mil años de intrigas, corrupción, luchas de poder, simonías varias, votos vulnerados, vicios... el montaje sigue en pie, quizás sea cierto que había algo de sobrenatural en sus orígenes...

¡Compañía, Il Papa...!


¡Que buena "mili" lleváis, colegas...!






Visita ad limina apostolorum...

Muchas más maravillas vi en Roma... y no descarto volver, por supuesto; además, lo tengo realmente fácil; como bien sabemos, todos, todos los caminos te conducen allí. Es cuestión de seguir cualquiera de ellos...


Bueno... quizás cualquiera, no...


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