lunes, 27 de junio de 2016

Moriello de Sampietro

Prometí ayer que hablaría hoy sobre Moriello... lo hago con muchísimo, gusto, es uno de esos días en que te gusta volver a los temas que están cerca de tu corazón... 




Llevo ya tiempo exigiendo que se nos conceda a los sobrarbenses el Don de la Ubicuidad, imprescindible para poder estar, al mismo tiempo, en los múltiples acontecimientos simultáneos que se suceden, poniendo a prueba nuestro sistema de prioridades... el sábado por la noche, tenía tres opciones, las tres muy interesantes, las tres cerca de casa... el Asno de Buridán murió de hambre entre dos montones de paja equidistantes, por no decidirse a cual acudir; justamente eso me pasó a mí, a la cama de cabeza...

El sábado por la mañana el cuerpo me pedía sumarme a una fiesta muy especial; tuve que renunciar por una visita de unas amigas de Blanca y, después, resultó también una opción muy agradable: pero hubiese querido, yo también, subir a Moriello de Sampietro.

Moriello es una de las innumerables aldeas de Boltaña: no es que sean innumerables, de hecho, si me pongo en ello, las enumero; pero son muchas; sesenta y siete años tengo, y creo que aún me falta alguna por conocer. Pero Moriello tiene algo especial; por lejana, por inaccesible, por bellísima...

Subí por primera vez ya algo mayor, en un Land Rover, dando tumbos por una pista infernal: acompañaba a los técnicos que iban a instalar un aerogenerador; no me asombró ver la aldea porque, de hecho, ya la había visto muchas veces, desde el altiplano donde se asientan Bió y Buerba, pero estar allí aportaba algo nuevo, la sensación de pisar aquella cresta a cuchillo, junto al vertiginoso abismo en cuyo fondo corre el Yesa, y pensar en las generaciones y generaciones que habían vivido allí, que habían visto el Mundo desde aquellas alturas... por supuesto, como todos nuestros pueblos, habían tenido mucho más movimiento del que cabía esperar; la gente se casaba con hombres o mujeres de otros pueblos, salían a trabajar fuera, especialmente a Francia... corría la leyenda de uno de esos emigrantes invernales que, a la vuelta, se trajo una bicicleta, que sólo le servía, entre aquellas montañas, para dar vueltas por la era de su casa... un poco más de confianza en sí mismo, y hubiese inventado la BTT cien años antes...

Sin embargo, y aún sabiendo todo eso, Moriello te ofrecía la impresión de algo primitivo, originario, del lugar en el que habían vivido nuestros antepasados, y donde el tiempo se había detenido, aunque una hermosa casa, de arcos abiertos al Sur, de un modelo muy similar a varias otras casas buenas de Sobrarbe, te indicaba que eso no era así... pero completaba el panorama un señor que salió a recibirnos, con una pata de palo seguramente hecha por él mismo... nos invitó a entrar en su casa; dormía en una alcoba cubierta con pieles de cabra, no vi nada parecido hasta que entré en una cabaña Masai, os lo puedo asegurar... nos invitó a un jamón de jabalí que, aún en el viaje de vuelta, roíamos en el todoterreno...

Moriello estaba lejos, muy lejos; ya no funcionaba el tren de mercancías que la unía, en su tiempo, con San Fertús y Gallisué, ni pude encontrar rastro de la estación y las vías, hasta que llegué a sospechar que su existencia era una invención poética de algún letrista de coplas... solo tenía aquella pista de piso abarrancado, Cañón del Colorado en pequeñito, que se empinaba en Liaso, serpenteaba entre carrascas y queixigos monte arriba, ganando altura a espaldas del Castillo de Boltaña, hasta llanear frente a las ruinas del Mesón del Piojo, ya a nivel con Ascaso y tocando la cresta de Nabaín... desde allí, ya se veía Moriello, pero aún quedaba un buen pedazo, largo en la bajada, eterno en la subida... en una ocasión, subí andando; mi hermano Ricardo arrancó de Boltaña diez minutos más tarde, de pasajero en un 4X4, y solo nos dieron alcance en el abrevadero junto al Mesón... tampoco en la bajada tenían los todoterrenos mucha ventaja... otras veces llegué desde Buerba, después de cruzar el Yesa por un bello puente medieval, y subir después por la empinada ladera, entre las casas fantasmas de Sampietro, auténtico poblado de hobbits... cada nueva visita era diferente, pero en todas ellas, esa sensación de estar pisando las mismísimas raíces de Sobrarbe.

Con esas comunicaciones, no es de extrañar que sus últimos habitantes tirasen la toalla y se bajasen a vivir a la metrópolis boltañesa... pero ya se estaba gestando el relevo: ahora, hay una pareja joven -creo que ya nos conocemos del Cineclub, hermosa señora que se fotografía con una pluma de arrendajo en la ceja...- y acaban de arreglar la pista.

Parece que ha quedado espectacular; me animan a subir incluso en mi culibajo Ibiza... tengo que probarlo... muchas veces decíamos que las pistas habían servido para que abandonasen los pueblos sus últimos habitantes; no es cierto; son imprescindibles para poder seguir haciendo habitables nuestras viejas aldeas, y no soy de aquellos que hablan de los "costurones" que las pistas abren en nuestro paisaje... entiendo perfectamente la atracción que lleva a muchos jóvenes a repoblar nuestras viejas aldeas, y que eso sólo puede funcionar si pueden llegar allí con medios modernos, ya no están los tiempos para ir a lomos de burros, y prefieres que pueda subir el médico o el camión del propano... y estoy seguro de que, cada vez que un nuevo fuego se enciende en un viejo fogaril, nuestros antiguos dioses se pasan la bota, dándose palmadas en los hombros... y yo con ellos... ¡¡salud y larga vida, Moriello...!!






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