jueves, 22 de septiembre de 2016

Japón: desayunos y bentos

No sé por qué me han venido a la memoria los desayunos y los bentos japoneses... ¿estaré pasando hambre...?


Bento en el Shinkasen, con una cervecita... ¡hummm!


Uno de los atractivos mayores del viaje al Japón fue disfrutar de su variada gastronomía: hay que reconocer que probamos pocas cosas que no conociésemos porque, enamorado desde hace ya muchos años de su cocina, había procurado irlo probando todo; aún así, comimos por primera vez sukiyaki y okonomiyaki y, por supuesto, múltiples variantes de platos ya conocidos, con el valor añadido de comerlos en su contexto: pero sí pudimos disfrutar de cosas poco frecuentes fuera de su país, como los desayunos japoneses y los bento.

Planeamos nuestro viaje como una pequeña inmersión cultural, dentro de los límites temporales y, sobre todo, lingüísticos; no sabiendo más que unas muy pocas palabras en Japonés, es absurdo pretender entrar en contacto con una cultura tan rica y tan diferente, pero, en la medida de lo posible, intentamos acercarnos a ella.

Por ejemplo, salvo una noche, reservamos todas nuestras estancias en Ryokanes, hoteles tradicionales japoneses: otro día os hablaré de ellos pero, en cualquier caso, ya implicaba un mayor grado de contacto con su cultura; así, la primera mañana, al entrar en el espacio reservado a los desayunos, se nos planteó la primera disyuntiva: ¿Desayuno occidental, o japonés...? "¡Japonés! dijimos Blanca y yo a coro... y así lo hicimos cada día.

Hay que añadir que, en los ryokanes, dispones de un yukata para usarlo dentro de las zonas comunes e, incluso, para salir a pasear por los alrededores: el yukata es un kimono muy ligero, de algodón, que se ata con un cinturón más o menos sencillo; no tiene bolsillos, pero sus amplias mangas permiten guardar alguna cosa en una especie de bolsas que forman: desde el primer día, adquirimos la costumbre de bajar a desayunar en yukata, más inmersión... por supuesto, nos compramos sendos yukatas, y aún lo uso en Barcelona en ciertas ocasiones, incluso, una noche, me atreví a ponérmelo para ir a cenar a un restaurante japonés cercano a nuestra casa: creo que nadie se volvió a mirarme, es realmente difícil hacer en Barcelona algo que llame la atención a la gente.

Correctamente ataviados para camuflarnos entre la población local -increíble el número de personas que veíamos ataviados con ropas tradicionales, en Kioto y Miyajima, especialmente- nos sentamos en la mesa, y pusieron ante nosotros nuestro primer desayuno japonés.

Desayunando correctamente ataviado...


La bebida, por supuesto, era té: un té verde muy ligero, nada que ver con el riquísimo macha que probaríamos en otros lugares: venía en cantidades ilimitadas, si te acababas la tetera, te la sustituían rápidamente por otra; además, también había agua, como en todas las mesas japonesas; jarras de agua fría, muchas veces con cubitos, y siempre gratis.

El desayuno lo componían, con escasas variaciones, un bol de arroz blanco, -gohan-, un pequeño bol de encurtidos bastante picantes -hojas de col, pepinillos, berenjena...- y un plato más fuerte; pescado a la plancha o frito -salmón, arenque, caballa-. y tortilla japonesa, muy parecida a la que se consigue cuajando huevos en un microondas. Sobre el arroz blanco se colocaban láminas secas de alga nori, de un fuerte sabor a mar y a ahumado, que se desmenuzaban y se comían mezcladas con el arroz.

Por último, remataba el desayuno un nuevo bol, en este caso de sopa de miso blanco, miso-shiru; muy parecida a la que puede encontrarse aquí en todos los restaurantes japoneses, rica y nutritiva, con algas y tofu: había que revolverla con los palillos para disolver bien el miso, que formaba entonces una nube lechosa en su interior.

Los bento fueron otro descubrimiento; había oído hablar de las cajas de comida para llevar que las amas de casa japonesa preparan para esposos trabajadores e hijos estudiantes, decoradas siempre con un sentido del gusto un pelín Hello Kitty, pero no por ello menos conmovedor; no tuvimos nadie que nos preparase esas maravillas, pero podías comprar bentos más o menos industriales casi en cualquier lugar; por ejemplo, en las estaciones de tren; era casi obligado, en los rápidos trayectos en Tren-Bala, los Shinkasen -no muy diferentes de nuestros AVE- tener ante tí un bento; si no lo habías comprado en la estación, unas amables señoras empujaban por los pasillos enormes carritos de bentos de todos los tipos, que podías comprar allí mismo; casi todo el mundo aprovechaba los viajes para comer, fuese la hora que fuese; incluso en uno de los recorridos, a media mañana, un alegre grupito de señores de mi edad, pasablemente cocidos, invitaban a todos los pasajeros a beber de unas botellas de aguardiente y a mascar algo así como una chistorra de pescado seco y ahumado, que olía a rayos; decliné graciosamente el ofrecimiento.

Un o-bento en condiciones...


En los bento sí había una amplia variedad, y se podían acompañar de té verde, cerveza -la "biro", realmente buena- o cualquier tipo de refresco, incluyendo las omnipresentes aguas aromatizadas y savorizadas que hace tres años aún no se conocían aquí: nunca faltaba en ellos el arroz, que se complementaba, una vez más, con algas y encurtidos, y un plato principal, ese sí muy variado: podían ser fideos con cualquier complemento, estofados de carne, carnes empanadas -los katsudones-, pescado... y, obviamente, sushi en todas sus variantes; makis, nagiris...

En cualquier caso, la presentación del bento -al que puede llamarse o-bento, siendo la "o", que traducimos a veces por "honorable", un tratamiento deferente- era siempre impecable; una delicia de colores, decorados, a veces, con vegetales recortados... por ejemplo, era muy común que el arroz se presentase en una bandeja rectangular, situando, en el centro, una ciruela roja agria; ¡Exacto, la bandera del Japón!, como en nuestras casas, de pequeños, adornaban la ensaladilla "nacional" -a la que no se podía llamar "rusa"- con tiras de pimiento morrón, formando sobre la mayonesa la bandera española.

Observen el arroz patriótico...

Esta última foto -en la que luzco un sombrerito absolutamente japo- tiene su historia, porque estábamos haciendo un picnic -o como se llame en Japonés- en los mismísimos jardines del Palacio Imperial, rodeados de ejecutivos haciendo exactamente lo mismo que nosotros, embutidos en sus trajes oscuros -aunque hacía un calor húmedo plenamente tropical- o sus trajes chaqueta ellas... a mí todavía me duraba la emoción, no por estar en los Jardines Imperiales -con todos los respetos hacia el Tenno, me impresiona tanto como su colega de aquí- sino porque acababa de pasar por delante del Budokan, el gigantesco local de espectáculos donde, en su día, actuó y grabó un LP en directo Bob Dylan, cuando aún no le había entrado la vena trascendente; y eso, amigos, son palabras mayores...


Budokan, Bob Dylan forever...!


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