jueves, 15 de septiembre de 2016

Cerca de África...

Nuestra hija Irene lleva dos años viviendo en Angola: dentro de un mes, iremos a pasar diez días con ella y su compañero... empiezo a escuchar, desde el fondo de mis recuerdos, la llamada de África...





Esta vez no se trata de un viaje turístico, sino de una visita familiar; vamos a compartir unos días con Irene y Ramon, su compañero, para conocer directamente  todo aquello que tantas veces nos han contado, ver dónde viven, qué hacen, en qué ambiente se mueven, compartir su vida durante unos días, para así tener también Blanca y yo un marco físico, visual, auditivo, olfativo, gustativo -¡hay unos picantes espectaculares!- incluso táctil, donde situarlos día a día, en un contacto que nunca se ha roto; en nuestro grupo familiar de wasap, generalmente Irene es la primera que interviene, parece increíble que esté a tantos miles de kilómetros de distancia, es más fácil comunicarse con ella que con personas que están viviendo a muy pocos miles de metros... pero es una sensación ficticia: está lejos, lo sabemos, la echamos de menos, y queremos, pudiendo estar allí unos días con ella, hacer más llevadera esa espera entre viaje y viaje.

Tan solo he viajado una vez al África subsahariana, hace ya de ello varios años, pero difícilmente olvidaré las sensaciones que en mí despertó, ni los recuerdos que me ha dejado; fue un safari por los parques naturales de Kenia, un contacto, sobre todo, con una Naturaleza que, no por muy vista en cientos y cientos de documentales -los famosos leones copulando en La Dos, que tantas tardes de sábado han llenado- no por ello dejó de sorprendernos, apabullarnos, entusiasmarnos... ver a pocos metros un leopardo en la rama de un árbol, la elefanta que protege a su cría ante la llegada de intrusos, las jirafas mordisqueando plácidamente las altas ramas de una acacia, mientras un pajarillo le come la oreja, limpiándosela de parásitos, las cebras y los ñús cruzando el río Mara, ante la mirada expectante de los cocodrilos, ahítos ya de tanta carroña, pero que nunca desdeñan una oportunidad... cada día volvíamos a los lodges cargados con cientos de fotografías -era un safari fotográfico, incluso hacíamos, después de cenar, un pase de nuestras fotos, para ser criticadas por nuestro profesor y el resto de los compañeros- y, sobre todo, con esas imágenes mentales, esas sensaciones, el viento y el polvo de la sabana azotando nuestros rostros en el techo abierto de las furgonetas, el Sol poniéndose en un horizonte infinito y luminoso,  que nunca, nunca podremos olvidar.



Pero fue también un contacto con las gentes de África, tan distintas y, al mismo tiempo, tan idénticamente humanas a nosotros; un contacto limitado, necesariamente, a los guías que nos acompañaban y a los habitantes de las aldeas de pueblos pastores -los Samburu y los Masai- que visitamos: pero bastaban esos pocos contactos, cálidos y próximos, para saber mucho de sus vidas, de sus aspiraciones, sus expectativas... cruzamos la periferia de Kibera, uno de los suburbios más degradados de África, donde se amontonan, amenazados por altísimas tasas de SIDA, millones de personas, generalmente refugiados interiores de los terribles movimientos migratorios que originó la durísima y olvidada guerra de independencia keniata; pero también pequeños pueblos, pequeñas ciudades muy diferentes; pobres, desde nuestros estándares, pero jóvenes y vitales, cada casa, cada choza, una pequeña tienda... recuerdo, emocionado, una casucha con varias prendas de vestir expuestas en su exterior, y un cartel, pintado a mano, donde se leía el orgulloso rótulo que pregonaba su voluntad de progreso: "El Mundo moderno", y una humilde escuela llamada "La Puerta del Éxito"... y, por todas partes, niños, niños con sus uniformes escolares -camisas blancas, corbatas, algún blazer..-, la mochila con los libros...




Volví con la impresión de que en África, debajo de sus contradicciones de sociedades tremendamente desiguales, corroídas por la corrupción, víctimas del expolio colonial que sigue bajo otras formas más aceptables -ya no existen barcos esclavistas; vienen ellos mismos en pateras y, encima, pagando...-, por debajo de esos dramas humanos, late una Sociedad en ebullición, ávida de conocimientos, conectada mucho más de lo que creemos a lo que está pasando en el Mundo y, sobre todo, joven, vital, a años luz de las nuestras, envejecidas, mortecinas, cínicas, de vuelta de todo... nuestros guías, un ejemplo de esos jóvenes con empuje -todos querían montar sus propias empresas turísticas- bromeaban sobre la creciente presencia china: "¡Cuando los chinos nos enseñen a trabajar, no va a haber quien nos pare...!"




Conociendo mis preferencias para el turismo -Alemania, Japón...- en las antípodas físicas, económicas y culturales, ya os podéis imaginar que espero, en esa próxima inmersión africana, algo sumamente diferente; pero lo hago, por una parte, con la responsabilidad moral de asumir las culpas históricas de nuestra participación -como occidentales- en los males pasados y presentes de África: en el consulado presentando la documentación para el visado, los funcionarios, sin dejar de ser correctos, no se mostraban especialmente amistosos... "No nos tratan muy bien..." comentó Blanca... "Mientras no nos hagan lo que les hicimos nosotros...  encadenarlos, y enviarlos a cortar caña a Brasil...", contesté yo... no hemos hecho demasiados méritos, ni antes, ni ahora, para despertar su agradecimiento; hay que aprender a vivir con eso... y, por otra, con el deseo de captar esa energía, esa fuerza, esa promesa de futuro que allí, como en ninguna otra parte del Mundo, podemos encontrar... voy a un lugar donde está casi todo por hacer, viniendo de sitios donde, me temo, ya hemos dado de sí todo lo que de nosotros cabía esperar, para bien o para mal... y en esto último, espero que sea así, y que aún no demos alguna sorpresa y se nos ocurra algo peor...







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