miércoles, 7 de septiembre de 2016

Frédérick, mi becario...

A lo largo de mi carrera administrativa, he sido tutor de numerosos becarios, stagiaires, o como se les quiera llamar: generalmente ha sido un placer poder contar con su compañía, y muchas veces sospecho que he obtenido más de ellos de lo que yo les haya podido aportar: Frédérick fue un caso muy particular.

Cuando la Escola d'Administració Pública de Catalunya me propuso recibir en mi Servicio stagiaires procedentes del Instituto Regional de la Administración Pública, de Lille -funcionarios superiores de la Administración francesa, que habían terminado sus estudios en dicha institución-, acepté sin la menor reserva: en el fondo, lo mío siempre ha sido la docencia, y conocer gente joven y dispuesta a aprender suele ser muy agradable y motivador, aunque hayas de dedicarles algo de tiempo: me extrañó, eso sí,  que la subdirectora del Instituto -hija de exiliados españoles- aprovechase una visita privada a Barcelona para venir a agradecerme personalmente mi buena disposición: al parecer, pocos de mis colegas se prestaban, sus razones tendrían.

Después de dos o tres becarias, que cumplieron muy satisfactoriamente sus funciones entre nosotros, pero contribuyeron aún más a desequilibrar, desde una estricta perspectiva de género, la plantilla de nuestro Servicio -sólo dos varones, Pere y yo, ambos ya de edad avanzada-, me llegó el currículum de un nuevo becario: esta vez, un chico: según sus antecedentes formativos procedía de una de los territorios franceses de Ultramar: en argot comunitario, una RUP, una Región Ultraperiférica... simplifiqué la información para mis expectantes compañeras... "¡Chicas; os viene tremendo mulatón caribeño...!"

Cuando llegó por fin Frédérick, superó con creces las expectativas levantadas: no era mulato; era negro, profunda y totalmente negro, un caballero de color, alto, elegante y atlético, con una sonrisa que dejaba al descubierto un increíble número de dientes de un blanco deslumbrante... hablaba un Español casi perfecto, fruto -decía- de sus frecuentes visitas a Cuba, Venezuela y República Dominicana; dotado de una simpatía arrolladora y, como pude comprobar pronto, de una cabeza perfectamente amueblada. Vestía un traje en el que rápidamente reconocí la firma de Hugo Boss, y me partía de risa por dentro pensando en el jamacuco que le cogería al fundador de la empresa, diseñador de los uniformes de las SS, si viese lo bien que le caía una creación de sus descendientes a un individuo de una raza manifiestamente "inferior".

Nos hizo falta poco tiempo para establecer una buena amistad; una de las primeras cosas que me preguntó fue si en España había mucha discriminación. "Si, claro, como en todas partes -fue mi respuesta- pero la discriminación no es racial, sino social: tú eres un titulado universitario, llevas un traje que cuesta mi sueldo de un mes, por no hablar del reloj... puedes ir a donde te de la gana, y todo el Mundo te reirá las gracias... pero, eso sí, no se te ocurra venir en chanclas, con unos tejanos y una camiseta, a recoger melocotones en Lleida, porque entonces verías expresiones muy distintas." Frédérick, además, estaba forrado; un día revisaba algo en su ordenador: "¿Qué haces...?" le pregunté, "Nada, estoy consultando mi cuenta corriente..." eché una mirada de soslayo -sí, soy muy curioso, no lo puedo evitar- y... "¡Coooño, buen saldo!" pensé... para darme cuenta, segundos más tarde, de que no estaba en Pesetas, sino en Francos Franceses; ¡veinte veces más! si llego a ser un comercial de la Caixa, le salto encima ofreciéndole varios productos financieros de esos con mucha letra pequeña, todos absolutamente leoninos.

En pocos días se había apuntado a una academia de Salsa donde, según me contó, arrasaba, e iba en camino de convertirse en uno de los puntales de la Noche barcelonesa. Y en el trabajo, no digamos: se hizo frecuente el trasiego de chicas -y no tan chicas- de otras unidades administrativas que, bajo cualquier pretexto, visitaban nuestro servicio... un compañero, caucásico pero con escaso éxito, contemplaba, envidioso, tantas idas y venidas"¡Encima, el muy cabrón tendrá más rabo que la Pantera Rosa!", decía con rencor mal disimulado.

Frédérick tenía el propósito de estudiar el sistema autonómico establecido en la Constitución y su aplicación en el caso concreto de Cataluña, así como la organización comarcal: le facilité toda la documentación necesaria, y manteníamos frecuentes sesiones de trabajo sobre el tema: me aclaró, desde el primer momento, que él se sentía única y exclusivamente francés y, a ser posible, francés del Hexágono; a su tierra natal iba una vez al año, a ver a la familia, pero no le interesaba en lo absoluto: "Allí no hay más que playas... ¿tu crees que a mí me hace falta ir a la playa, eh...?", me decía, enseñándome un antebrazo más lustroso que el betún. "Además, el clima, tan cálido, todo el día sudando... a mí el clima que me gusta es el de Lille." "¿El de Lille, estás loco?", replicaba yo... "Si, tan fresquito, niebla, hummm..." Pretendía convertirse en Comisario de la Policía Nacional, le habían faltado pocas décimas para pasar el concurso, pero estaba seguro de conseguirlo a la próxima. "¡Como Maigret!", le decía yo... "Si, pero sin pipa. Y negro", contestaba, muerto de risa.

Una mañana, preocupado, me hizo una consulta extraprofesional: "Viene a verme mi novia: es blanca. Rubia. Muy rubia.... ¿llamaremos la atención?" "Lo que llamaría la atención, en Barcelona, sería que un chico negro no fuese con una chica rubia", le contesté: me pidió que le recomendase una discoteca; sin dudarlo, le di el nombre de la más pija de la Barcelona del momento: al día siguiente me contó, encantado, su experiencia: nada más verlos llegar, los metieron de cabeza en la zona VIP: lógico.

La estancia de Frédérick tocaba a su fin, y redactaba su informe final; durante aquellos días conversamos mucho sobre el tema: "Yo -me decía- siempre he sido centralista, jacobino y cartesiano: cuanto más estudio esto vuestro, más me reafirmo en mis opiniones; es caro, poco funcional..." No podía dejar de darle la razón, en parte: "Tampoco veo yo necesario que, como dice la leyenda urbana, el Ministro del ramo, en Francia, tenga cada mañana, encima de la mesa, lo que se va a explicar ese día en todas las escuelas francesas - reconocía yo-, pero es que, aquí, ni el Ministro ni los 17 consejeros saben si se les está contando a los chavales que el Universo surgió del "Big Bang", o lo creó en seis días un señor mayor que nos quiere mucho, pero que tiene un carácter, por así decirlo, un poco especial... y basta con cruzar un límite administrativo para que los Reyes Católicos pasen, de sabios y prudentes Padres de la Patria,  a una genocida desequilibrada con serios problemas de higiene personal y un putero calzonazos..." Y eso se lo explicaba a un señor negro que consideraba a los Galos como sus antepasados,  que seguramente tenía su biblioteca infantil llena de libros de Astérix, donde siempre perdían los "fous" romanos, y que había aprendido a loar, al mismo tiempo y por parecidos motivos, a Luis XIV y a Napoleón.  "Mal, os veo mal -concluía-; este montaje podría aguantar partiendo de consensos básicos, pero aquí no los veo por ninguna parte; acabareis mal..."

Pues en eso estamos, sabio amigo Frédérick; otros se gastan dinerales en asesores; tú me asesoraste gratis, y con qué tino... te he imaginado muchas veces como Comisario principal en Lille, con tu rebequita -de Armani, por lo menos- hasta en pleno verano, persiguiendo implacablemente a yihadistas y autonomistas y, como siempre, rodeado de rubias... bonne chance, mon ami!










No hay comentarios:

Publicar un comentario