miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una noche zaragozana...

Especialmente dedicada a Maria Luisa Pérez Arilla, amiga y pariente...


Había llegado yo a Zaragoza en auto-stop, con la idea de visitar a mi hermano Ricardo y, en general, a los amigos que allí residían, que eran legión; sabías cómo empezaban aquellas visitas, pero su evolución era siempre impredecible; éramos jóvenes, teníamos la agenda bastante abierta, y estábamos dispuestos a apuntarnos a lo que fuese.

Sólo así se explica que aceptase la invitación a una fiesta de gala, organizada por la Facultad de Veterinaria: aquí aparezco, en plan jersey de cuello redondo y zapatos sport, rodeado de amigos en smoking -los hermanos Villar, veraneantes entonces en Boltaña, y el mayor de los cuales y su esposa serían después profesores de dicha Facultad- y amigas no menos engalanadas: María Luisa, con unas botas que debía haberse empezado a abotonar tres días antes, Avelina, la que me tiene bien cogido por la riñonada...

No solo no me reprochó nadie mi flagrante ruptura del dress code, sino que me sentaron en la mesa presidencial, entre el Rector Magnífico y su esposa, con los que departí animadamente toda la noche, sin que pareciesen apreciar -o no les importase demasiado- que ya al iniciarse la cena  llevase alguna copilla de más, y que, a lo largo de la misma, la cosa aún fuese empeorando... creo que estuve muy correcto, eso sí: buen porte y buenos modales abren puertas principales...

Al finalizar la cena, como suele suceder en esas ocasiones, se produjo un ligero momento de desconcierto, durante el cual perdí el contacto con mis amigos, y me vi integrado en un grupo bastante golfo, que tomó unánimemente la decisión de desplazarnos hacia un antro en la carretera de Logroño, el Caballo, o el Caballito, a saber, que gozaba entonces de cierta fama en la Zaragoza nocturna. No, no era un bar de camareras; era un bar, y punto...

Allí transcurrieron varias horas; al salir, ya era casi de día: tuvimos aún que realizar dos importantes tareas; decidir democráticamente en qué dirección de la carretera quedaba Zaragoza -yo acerté la respuesta, se ve que las varias copillas no me habían afectado el GPS-, y disuadir a un animal de bellota que pretendía que nos desplazásemos andando.. ¡a Tudela!, ya que, afirmaba, "no puede estar muy lejos..."

Entré en mi hotel a eso de las ocho de la mañana, y pedí al recepcionista, con toda la seriedad posible, que me despertase a las nueve... "Yo podré llamarle, pero... ¿se despertará Vd...?" me dijo el muy faltón... "¡Ni lo dude!", contesté... a las nueve estaba en pie, en un estado bastante aceptable; no me besaba el hígado porque no llegaba, maravillosa víscera... no podía perderme una mañana zaragozana, incluso creo que visité El Pilar...


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