jueves, 9 de julio de 2015

Arezzo, Capolona y Anghiari...

Última etapa, antes de Florencia: Arezzo y su hermoso entorno, y algunas sorpresas más...

Dejamos con pena Il Casolare y San Gimignano, y deshacemos lo andado el día anterior, porque el camino más corto hasta Arezzo pasa de nuevo por Monteriggione y Siena: pero esta vez tomamos la Autoestrada, rodeamos Siena y, en poco más de una hora, estamos en las tierras de Arezzo.



El paisaje ha cambiado de nuevo: hemos cruzado tierras de vides y cereal, y ahora nos dirigimos hacia unas verdes montañas, pobladas de bosques densos... esquivamos la ciudad, y vamos a buscar Capolona, un pueblo próximo, donde nos espera Villa Nussa, nuestra última residencia rural  antes de Florencia.

Debo estar cogiendo experiencia, porque esta vez no me pierdo; paro solo una vez, en una gasolinera, para confirmar que estoy en el buen camino, y pronto llegamos a nuestra nueva casa que, de hecho, es la última del pueblo; una hermosa villa, separada del Arno -que hemos vuelto a encontrar, desde Lucca- por un Museo dell'Aqua que, según nos explicarán luego, es una antigua central eléctrica construida por un socio de Volta, sí, ese mismo, el inventor de los voltios...

Nos acoge un simpático matrimonio, propietarios de la villa y del edificio anejo, que tendremos en exclusiva para nosotros, un apartamento con dos -o tres, al piso de arriba ya no subo- habitaciones decoradas con cierto aire de palacete rural: la propietaria habla bastante Castellano; tiene una amiga barcelonesa -que, casualmente, le llama mientras está hablando con nosotros- y viene bastante por aquí. Convive con ellos un anciano caballero, tío del marido, con más de 90 años, que ha vivido siempre en Florida; un "Mericano", vamos... Pese a su buen estado físico, es parco en palabras -pobre hombre, debe haberlo dicho ya todo- y viste con esos tonos pastel típicos de los "senior" americanos.



Dejamos el equipaje, y nos dirigimos a Arezzo: nuestra anfitriona nos ha recomendado un parking desde donde, por un complicado, pero cómodo, sistema de escaleras mecánicas, se sube hasta el Duomo, la cumbre de la acrópolis de Arezzo, que está construida en un pronunciado plano inclinado. Una vez más, nos encontramos en una ciudad toscana de montaña, y el parecido con Volterra es importante; nada de mármoles ni de fachadas estucadas; aquí hay piedra -piedra color siena, eso sí- por todas partes... nuestros pasos nos llevan a la Piazza Grande, muy hermosa, aunque ocupada por unas estructuras de mecanotubo para una recreación histórica que se celebrará el próximo fin de semana -y que, por los carteles que la anuncian, debe ser la bomba...- y, a su lado, una bellísima iglesia románica, Santa Maria della Pieve, que es como las que ya hemos visto en Pisa o Lucca, pero en piedra... nos resulta, por eso, más familiar.





Estamos en tierra de poetas; aquí nació El Aretino; con ese nombre, "se veía de venir"...; decían mis libros de Literatura: "El Aretino: poeta licencioso" Y en pleno Bachillerato, os lo aseguro, bastaba con eso para ponernos cachondos... tuvo que salir de aquí por piernas, recaló en Roma -donde colgaba sus poemas guarros en el Pasquino, aquella estatua mutilada a la que se atribuían todos los escritos inconvenientes-, también tuvo que huir de allí, y acabó en Venecia, que tenía tanta fama de licenciosa como él. Aunque, al parecer, también escribió obras moralizantes -supongo que para disimular-, un tipo con el que no me hubiese importado entrar en una de las muchas tabernas -como la que nos acoge para nuestra colazione de mezzogiorno- y tomarme unos vinos de la tierra, que no están nada mal.




También nació aquí el casto Petrarca, el poeta del Amor sublime, hay que ver, qué variedad... aunque también vivió poco aquí: pasó la mayor parte de su vida en Avignon, con estancias en Vaucluse, cerca de la mayor surgencia de Europa -sobrarbenses, con perdón de Chorro Fornos-, a donde me acerqué con devoción geológico-literaria... para encontrármela inactiva: la sequía impedía que las aguas que verdeaban en su fondo llegasen, como debían, a desbordar de la tenebrosa sima.... Pero fue en Avignon, no aquí, donde conoció -es un decir, más hubiese querido él- a su amor eterno, Laura de Noves, que, en la vida real, se casó con un antepasado del Marqués de Sade, jódo... También Petrarca se casó con otra y tuvo hijos... un "Plan B", por lo visto. Pero Madonna Laura conserva una calle en la ciudad natal de su platónico -con ella- adorador.

Después de comer, entramos en la Iglesia de San Francisco, el objetivo número uno de nuestra visita a Arezzo, donde se conservan los maravillosos frescos de Piero de la Francesca.

Impresiona estar frente a una obra señalada como clave en los inicios del Renacimiento: hay ya en Piero de la Francesca un empleo del color, de la expresión, del juego de los cuerpos, que lo distancia de la pintura medieval y nos trae los aires de lo nuevo que se está cociendo ya en ese rincón de Italia... aunque el tema que desarrolla, "La Legenda de la Vera Crocce" no deje de tener, para mí, lecturas varias... el triunfo de Constantino -en particular, la Batalla del Puente Milvio, allí profusamente ilustrada- me parece uno de esos momentos en que la Historia, ante una encrucijada, tiró por el camino equivocado... con Constantino muere el Cristianismo primitivo, libertador, revolucionario, el de los pobres y los soldados, las mujeres y los niños, y nace la Religión de Estado, la del "Cuios regios, religio", del Privilegio de Presentación, Franco bajo palio, el Santísimo Sacramento recibiendo honores de Capitán General, la cruz en la Declaración de Hacienda, y los curas escriturando a su nombre los bienes que les vienen en gana... Todas las veces que ese Cristianismo ha intentado rebrotar, alguien ha acabado en la hoguera, y de un pelo le fue al pobre Ernesto Cardenal, cuando aquel Papa Polaco -o Polaco Papa, que uno nuca sabía- se permitió el lujazo de echarle una bronca en público, teniéndolo de rodillas delante suyo... me alegro de que el infame Ponte Molle sirva ahora de soporte a la cursilada de los candados en la barandilla... no lo puedo evitar; mi héroe es su sobrino, Juliano el Apóstata... Y en cuanto a Santa Elena, la famosa coleccionista de reliquias, qué se puede decir... hectómetros cúbicos de madera transformados en reliquias de la Vera Crocce, que poco más debía ser que un poste de teléfonos...




Internacionalización del Conflicto: ¿Participó Fú Man Chú en la batalla de Ponte Milvio?


Aún sobrecogidos por tanta belleza, salimos de Arezzo: nuestra anfitriona nos ha recomendado Anghiari, otro de los "must"que Blanca había identificado, "Uno de los pueblos más bonitos de Italia, el de la famosa batalla..."

¡Y tan famosa...! No creo que ninguna otra haya pasado a la Historia por dos motivos semejantes; La menos mortal, y la inmortalizada por una pintura que no existe... veamos...

Fue una de la innumerables batallas que enfrentaron a los florentinos con sus belicosos vecinos, poco dispuestos a aceptar su hegemonía,  Maquiavelo, con toda su mala baba, se cachondeaba de ella diciendo que, en ocho horas de combate, sólo hubo un muerto, y no fue por herida de arma, sino por caída de caballo. Sinceramente, no le veo la gracia: nunca me han dado un mandoble con una espada, pero sí me he caído de un caballo y, creedme, duele un huevo... de todas maneras, a los florentinos les hacía ilusión recordarla -la ganaron, a coste cero-, y encargaron a Leonardo da Vinci que decorase el salón principal del Palazzo della Signoria con una pintura mural sobre el tema. Curiosamente, firmó el contrato -no puedo extenderme sobre si se respetaron las normas sobre Contratación Pública que estuviesen vigentes en el momento- el propio Maquiavelo. Leonardo lo desarrolló con su maestría arrolladora pero... problemas técnicos hicieron que la pintura se deteriorase rápidamente, hasta el punto que, en una posterior restauración del Palacio, Vasari, con todo lo que admiraba al Maestro, enterró la pintura bajo una propia...hay todo un debate sobre la conveniencia de utilizar la tecnología actual para recuperar la pintura original, de la que solo han quedado copias aunque, eso sí, de gente tan solvente como Rubens...

Hacia allí nos encaminamos, por una hermosa, pero endiablada, carretera de montaña, entre robles, castaños y algunos pinos... tierra de ceps, de Funghi Porchini, a los que tan aficionados son los toscanos -y un servidor, por otra parte-, el hongo que, junto a la trufa, il tartuffo, tiene una presencia constante en la cocina de estas tierras, y de los que, en estos días, estoy haciendo un consumo inmoderado... aunque me parece ver algún cartel que prohibe su recolección, porca misseria... pronto coronamos un puerto de montaña, y cambiamos de vertiente.

Porque, pese a estar a muy pocos kilómetros del Arno, ahora estamos en el valle del Tevere, el Tíber, el río de Roma... son, por lo tanto, los confines de la Toscana y, cuando lleguemos a Anghiari, contemplaremos un espectáculo sorprendente: el pueblo,  en un altozano, tiene un barrio, digamos moderno, construido sobre una carretera que, en una recta interminable -a ojo, diez o quince kilómetros, sin exagerar- desciende vertiginosamente hacia las tierras del Tevere, los verdes campos de la Umbría, no muy lejos del Gran Sasso, la cima de los Apeninos donde encerraron a Mussolini tras ser depuesto, y de donde lo sacaron, sin gran esfuerzo -no es tierra de batallas sangrientas, ni falta que le hace- los paracaidistas nazis de Skorzeni... Nos quedamos ratos y ratos mirando esa increíble pista de saltos de esquí, como la de los programas de Año Nuevo de TV1... "¡Buen sitio para quedarte sin frenos!", pienso... Luego me entero de que el pueblo grande que se ve al frente, ahí abajo, es el último de la Toscana,  Sansepolcro... bien elegido el nombre; se nota que alguien bajó ligeramente descontrolado...



En la Plaza de Anghiari, donde un alto muro salva el desnivel, nos recibe, en lo alto de su pedestal Giuseppe Garibaldi: el General de Dos Mundos lleva puesto su amado poncho argentino, que nunca abandonó -salvo en verano, supongo- cuando volvió de su aventura libertaria por aquellas tierras, anticipando el camino que tantos y tantos italianos han recorrido... "O Roma, o morte!" se lee en el monumento... desde Anghiari, en monopatín, hubiese llegado a cualquiera de las dos opciones en un plis plás... Personaje heroico y trágico, uno de esos soñadores que transforman el Mundo, pero no exactamente en la dirección que ellos querían... engañado, o rindiéndose a la realidad, tuvo que aceptar una Monarquía plenamente burguesa para su soñada Italia... saludo su heroísmo, y el de sus Camisas Rojas, y le dedico una lampedusiana reflexión sobre la conveniencia de que todo cambie para que todo siga igual...





El pueblo, en sí, merece su fama: es un pueblo de montaña -quiero decir que me siento como en casa- de esos que garantizan unos glúteos firmes y elásticos a quienes no tengan más remedio que subir y bajar por sus calles...y no está demasiado maquillado para el Turismo... en una de las pocas tiendas del lugar, me compro la navaja de Pedro Picapiedra, con una hoja sin desbastar, forjada a la usanza etrusca, y unas cachas de manzano silvestre tal cual sale del árbol, de la afamada marca (marchio depositato) "Il Coltello di Piero," fatti a mano... entramos en el Museo de la Batalla, con la vana esperanza de encontrar datos sobre el caballo homicida, y paseamos un agradable rato, arriba y abajo, hasta que el hambre nos devuelve a Capolona y el valle del Arno.





Una vez más, aprovecho unos momentos de descanso para darme un baño en las heladas aguas -calidad Gorga 11 de la mañana- de la piscina de Villa Nussa, situada en un auténtico bosque, donde no falta -¡Ay, mi Japón!- el bambú asilvestrado... nuestros anfitriones, impresionados por mi prueba de heroísmo, nos ofrecen un queso muy bueno y el vino de su producción, también excelente, y se ofrecen a reservarnos mesa en La Taberna dei Briganti, el restaurante más recomendado de la localidad.



En el corto paseo hacia el Ristorante -que, de hecho, está al otro lado del Arno y, administrativamente, en el pueblo vecino-, el cartel del término municipal de Capolona nos ofrece una nueva sorpresa: ¡Está hermanado con Sant Cebrià de Vallalta!: es un pueblo situado entre el Montseny y el Mediterráneo, por donde pasamos docenas de veces...





La Taberna nos reserva también sorpresas: el simpático dueño nos recibe en Castellano, declarándose fervoroso admirador de los Sanfermines, en los que se dispone una vez más a participar... y además, se da un aire -vamos, que podría ser su hermano- a mi amigo Patxi Giraldo... Después de aclararnos que los Briganti eran Banditti, má banditti buoni, nos presenta una carta muy apetitosa, de especialidades locales, con la que cenamos muy a gusto, nos despedimos de nuestro nuevo amigo con un chupito de limoncello, y cerramos nuestra estancia en Capolona, en la Provincia de Arezzo y en la Toscana rural: mañana.... ¡¡Florencia!!









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