miércoles, 9 de noviembre de 2016

No vamos a discutir por eso...

¿Las segundas de África...? ¿Las terceras...?... una cosa queda clara; no son las primeras. Como decía un supercompetitivo, "el segundo es el primero que no gana", ya son ganas de tocar las narices... no vamos a discutir por eso; las Cataratas de Calandula son hermosas, y punto....






Cacuso es una pequeña ciudad, de ambiente apacible y agradable, ya en la Provincia de Malange, y a más de 300 km. de Luanda; ayuda a esa buena impresión la temperatura -cálida, pero nada agobiante- y el hecho de que, justo enfrente del hotel donde estamos contratando habitaciones para pasar la noche, hay unas escuelas -un bonito edificio, muy probablemente de origen colonial rehabilitado-, y la calle está siempre llena de niños y mamás, con lo que eso alegra.



El hotelito está bien; nada lujoso, un poco en la línea de los hoteles para camioneros y viajantes de comercio que podías encontrar en España en los años setenta, y donde he pasado bastantes noches. Vamos, que en peores plazas he toreado... la habitación tiene aire acondicionado y lavabo con ducha: como "amenities" -ya sabéis, geles, champúes y cosas así-, solo localizo, en el cajón de la mesita de noche, varios palillos de dientes: le digo a Blanca que, si los usa, los vuelva a dejar en su sitio, para los viajeros que vengan detrás... tiene el África Negra otra ventaja importante; si encuentras en algún lugar un pelo negro y rizado, no tienes que ponerte necesariamente en lo peor... No es el caso, está todo razonablemente limpio, y el precio, en un país carísimo, no es excesivo. Aprobado alto.

Nos ponemos en camino hacia las Quedas de Calandula: la carretera está en sorprendente buen estado, quizás la mejor de todo el viaje, como si la hubiesen arreglado justamente para nuestra visita; en muy poco tiempo estamos ya viendo en la lejanía la nube de agua pulverizada que, en medio del bosque tropical, delata la localización de las cataratas.





Llamadas, en tiempos coloniales, "Quedas do Duque de Bragança", las Cataratas de Calandula son una impresionante caída de agua, donde el Lucala, afluente del Cuanza -o Kwanza, el río más importante de Angola, que da nombre a su moneda- se despeña por un tajo de unos cien metros de altura y, calculo a ojo, cerca de un kilómetro de longitud. Y eso que no estamos en la temporada de lluvias; de hecho, estaremos admirándolas desde unas rocas que, en época de crecida, quedan también dentro de la catarata; las aguas, al caer, con el ruido que os podéis imaginar, levantan una nube de agua pulverizada, sobre la cual la luz del Sol se descompone, formando un bellísimo Arco Iris. Su hermosura sobrecoge, te disminuye, te sientes pequeñito ante la fuerza de la Naturaleza, una saludable inyección de realidad. Aguas abajo, el Lucala sigue su curso por un bonito cañón, buscando el no muy lejano Cuanza. La mañana es limpia y soleada, y gozamos de la calma y la belleza del momento.







No hay ningún otro turista a la vista, y la única infraestructura es un mirador bastante feote, de cemento y ladrillo, hecho polvo y lleno de pintadas, reliquia seguramente de la época portuguesa, desde donde quizás estuvo mirando sus cataratas el mismísimo Duque de Bragança: hay esperando cuatro o cinco muchachos, que nos ofrecen sus servicios: Ramón contrata como guía a Antonio, al que ya conoce de otra vez, y -no en vano es psicólogo- encarga a otro que nos vigile el coche, diciéndole que, en su próxima visita, será él el elegido. Mi tocayo nos va a acompañar durante toda la jornada; es un muchacho discreto y habla un Portugués correcto: acepta uno de nuestros bocadillos y, para beber, coge una lata vacía que encuentra en el suelo, y la llena de agua en uno de los charcos que ha formado la corriente, ante nuestro horror... "Ya estoy acostumbrado", afirma...






Admiramos las cataratas desde distintos puntos, fotografiándolas como posesos, con dos cámaras y cuatro teléfonos móviles... no nos cansaríamos de mirarlas; comemos allí mismo, sobre las rocas, no sin cierta aprensión porque, según Antonio, hay cobras en la zona. Veo pasar, furtivo, algún tipo de roedor: espero que la cobra lo prefiera como presa...

Los que no se cortan un pelo son unos hermosos lagartos, primos hermanos de los que ya había visto en Kenia: los hay de tonos camuflados -no muy distinto de los uniformes de modelo francés que llevaban los soldados portugueses-, mientras que otros lucen una bella y vistosa coloración; son los machos, y me contaron que la viveza de sus colores indica el grado de disponibilidad sexual... una vez más agradezco íntimamente pertenecer al género humano, y que no se me noten las intenciones por los colores de la cara; me habría ganado muchos bofetones en mi vida, aunque, seguramente, también habría ligado más... algunos van a más de cien... pregunto a Antonio el nombre de los bichos, y me dice algo así como "Fardaos"... no puedo dejar de recordar al "Fardacho" aragonés, el Mundo es pequeño...



Pero tenemos que ponernos en marcha, porque nos aguarda la segunda maravilla del día; la cascada de Musseleje, mucho más pequeña que su hermana mayor, pero también lugar de una rara belleza; están cerca, a escala angoleña, es decir, a más de una hora de camino, y Antonio nos guiará.

Cruzamos la aldea de Calandula y, al poco, abandonamos la carretera y entramos en una pista de rojiza tierra africana, que se abre paso entre el bosque tropical; hay gente por todas partes, andando en todas direcciones, las mujeres casi siempre con grandes bultos en increíble equilibrio sobre sus cabezas; muchas llevan también un niño a sus espaldas, envuelto en un paño que ciñen a la cintura... no es exagerado afirmar que el Futuro de África camina sobre las cabezas y los riñones de sus admirables mujeres; quizás ese hábito hace su paso tan elegante, tan inimitable... Antonio va en la caja de la Pick-up, la "carrinha", y vamos ofreciendo "Boleias", es decir, cogiendo autoestopistas, que se le suman... Ramon no está muy seguro de si esa práctica es legal o no, cree recordar que se ha prohibido en zonas urbanas, para no hacer la competencia a los "candongueiros", pero en caminos rurales está ampliamente tolerada... les ahorramos un buen rato andando. Pasan motos con varios ocupantes en precario equilibrio; todos los varones llevan catana, el machete incorporado al escudo nacional.



Cruzamos varias aldeas; aquí si que el tiempo se ha parado años atrás; casas de adobes, chozas muchas veces con techo de paja, animales cruzando la pista... veo cabras, ovejas, cerdos pequeños, negros y peludos, primos muy cercanos a los jabalíes, gallinas con pollitos... ¡¡pollitos!! ¡¡hacía años que no veía pollitos, siguiendo a Mamá Gallina y picoteando entre el polvo...!! una de las casas lleva el nombre de su improbable propietario: Messi. Prometemos no decir nada a la Agencia Tributaria, a ver si aún le buscamos un disgusto... recuerdo que, años atrás en un pueblo próximo a Boltaña, la casa del rico era conocida como "Casa Onassis", los millonarios cambian, las costumbres no...



La pista gira en redondo, aparcamos bajo un árbol increíblemente frondoso, y nos acercamos andando a la Cascada de Musseleje; es un lugar mágico, uno espera ver surgir de las aguas viejos dioses africanos, atraídos por el murmullo de las aguas que se descuelgan, escalón tras escalón, formando sutiles columnas que se rompen en gotas al tocar nuevos resaltes de la piedra... Antonio, que ya ha demostrado su escaso respeto hacia las amebas, se queda en calzoncillos y se sumerge en la poza... con gusto lo haría yo, si no tuviese esos infundados temores de blanco cagueta hacia la microfauna que pulula en las aguas continentales africanas... es lo que tiene haber leído.... me conformo con extasiarme un ratito ante la belleza del lugar...





Pero hay que ir volviendo hacia Cacuso, porque pronto caerá la noche, y no es cuestión de que nos pille en la pista: cruzando una de las aldeas, mi Madre Teresa de Calcuta particular tiene la genial idea de ofrecer galletas a unos niños que juegan ante sus casas: ante mi horror, porque, rápidamente, me doy cuenta de que el número de galletas en un paquete es finito, mientras que el de niños en una aldea africana tiende a infinito: no tengo la impresión de que estén especialmente desnutridos; junto a las aldeas hay huertecitos, y se ve mandioca y bananas por todas partes; son, simplemente, niños a los que unos extranjeros raros les ofrecen "bolachas" -galletas- y "reboçados" -caramelos-... pronto estamos rodeados por docenas de manos, que agotan nuestras provisiones, y siguen saliendo más, a la carrera, de cada choza... empieza Madre Teresa a dar instrucciones... "dadle uno a aquel chiquitín..." "repartidlos con vuestros amiguitos..." observo, cínicamente, que dichas recomendaciones ya serían poco efectivas incluso en la puerta del Colegio Suizo de Plaça Molina, tanto más en una aldea del Malanje profundo, y que, al contrario, más de un agraciado se ganaría un pescozón por parte del más forzudo, pero menos afortunado... aparecen, sonrientes, las mamás, con cara de decir "¡La que estáis liando...!"





Salimos como podemos del atolladero, nos despedimos de nuestro guía, y pronto estamos cenando en nuestro hotel: hay, como es frecuente en Angola, un bufett libre, pero en todos ellos existe una peculiaridad; puedes llenar el plato hasta arriba, pero sólo una vez: si vuelves a pasar, aunque sea para ponerte más salsa picante en el funghe, vuelves a pagar... unos operarios chinos llenan sus platos de forma inverosímil; se lo comentamos a la simpática encargada del restaurante... "¡Cómo comen los chinos...!" "También les cobramos más", nos dice, con una sonrisa pícara...  cae, de golpe, la noche, y nos refugiamos en nuestras habitaciones; en el primer sueño, me despierta el ruido de alguien que intenta entrar en nuestra habitación... "¡Ocupado!", grito, como en un lavabo... alguien que se ha confundido, me siento absolutamente seguro y tranquilo en la noche africana, solo lamento que, una vez más, se ha nublado... sé que me marcharé de Angola sin ver mi constelación favorita, la Cruz del Sur...









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