martes, 22 de noviembre de 2016

"¡A la playa, con la toalla..." (2): Golfinhos, langostas y macacos...

Nuestra segunda excursión playera: esta vez, hacia el Sur de Luanda...





Salimos en dirección Sur, salida mucho más sencilla y rápida -dentro de lo que cabe-, porque ya estamos en el Sur de Luanda; pasamos por lugares que empiezan a sernos familiares; Patriota, Benfica... el paisaje urbano es distinto; atravesamos algún gran barrio de chabolas, pero vemos a su lado otro, no menos grande, de casitas recién construidas; no me atrevo ni a decir si serán más confortables que las chabolas, sobre todo en pleno verano (son de hormigón), pero el aspecto es aseado y mucho más de acuerdo con lo que proclaman los carteles propagandísticos, según los cuales el Gobierno se ocupa "de las personas"... falta hace, la verdad... un angolano nos decía: "El Pueblo, sufre...", no me cabe la menor duda... no voy a discutir los adelantos evidentes, hay paz, ha habido progreso económico, las guerras han servido para forjar un espíritu de país donde, seguramente, antes no había más que conciencia de tribu; pero las desigualdades son evidentes, y me apuntan que los movimientos de oposición empiezan a intentar despertar de nuevo esas diferencias tribales: es el discurso de más inmediato rendimiento, bien lo sabemos, pero yo, francamente, no les aconsejaría seguir por ese camino.

También el paisaje físico es distinto; estamos muy cerca del mar, en realidad, de las inmensas lagunas que se forman entre la costa y barras exteriores, "islas" donde, según me dicen, están las residencias lujosas de los más ricos: algunas de dichas lagunas, bastante someras, hierven de aves, veo grandes grupos de flamencos... pronto rodamos ya, por una carretera bastante decente, frente al mar abierto, por un lado, y un paisaje de sabana ya no tan seca, aunque aún dominada por los  imbondeiros, y donde hacen su aparición también altísimos cactus arborescentes. Las casitas que se ven tienen un aspecto más próspero... siguiendo con el símil barcelonés, parece que nos adentramos en el Maresme...



Pocos kilómetros después, el paisaje se hace mucho más desértico, la carretera empieza a ganar altura, y nos detenemos en uno de los parajes más impresionantes; el Miradoiro da Lua, de la Luna: cerca del mar -del océano-, la tierra se ha abierto en innumerables cárcavas, labradas por la erosión, que nos dejan ver estratos sedimentarios de distintos colores, desde el rojo de las capas superiores al blanco de las interiores; una enorme extensión de terreno, en fuerte desnivel hasta la línea de playa... paisaje lunar, bien tiene puesto el nombre... no deja de recordarme los terreros de Sobrarbe, abiertos en las margas azuladas, un terreno que, aquí entre nosotros,  me pone el vello de punta para recorrerlo, donde siempre te sientes en falso, sin referencias firmes... con todo lo que llega a gustarme la roca, los terreros me dan dentera, y me han hecho pasar muy malos ratos... eso sí, pienso en lo que podrían disfrutar aquí mis locos conocidos de las BTT... enriscadas en un lugar increíble, nos contemplan unas cabras, que están allí tan a sus anchas, así cualquiera, 4X4 y con esas pezuñitas...



Abandonamos el Mirador da Lua -hay cintas que previenen del peligro que supone acercarse al borde del abismo, que se está desmoronando por varios sitios-, y la carretera se dirige ahora hacia el río Kwanza; el río más importante de Angola, el que da nombre a su moneda -pobre, no en sus mejores momentos; en dos años ha caído al 50% en su cotización frente al Dólar, y sus billetes, que no son renovados, están ya en las últimas-y que riega buena parte de sus tierras norteñas: lo salva un impresionante puente colgante, de peaje -es decir, recuperemos la palabra original, de pontazgo-, y sus alrededores, por motivos obvios -paso obligado- fueron un lugar muy conflictivo durante la larga guerra civil; nos dicen que, hasta hace muy poco, quedaban por allí los restos de un tanque, y aún acierto a ver, entre la hierba, la ominosa señal -un triángulo rojo con tibias y calavera negras- que indicaba la presencia de minas...



Las minas antipersonas fueron el arma más letal e insidiosa del conflicto; se colocaron decenas de miles de ellas; estaban especialmente diseñadas para saltar y explotar a la altura del bajo vientre, provocando la pérdida de las extremidades inferiores y algunos órganos adyacentes de cierto interés, y muchas de ellas, que se dispersaban mediante bombas de aviación, tenían unas alitas para facilitar su vuelo que las hacía especialmente atractivas para los niños, lo cual hizo crecer la leyenda de que se disfrazaban de juguetes, para afectar especialmente a los más pequeños: tampoco hay que pasarse; la hideputez humana, aunque no lo creamos, aún tiene algunos límites... por el lado bueno, recordemos a la pobre Lady Di, que movilizó la solidaridad universal contra esas armas cabronas, mis conocidos del Rotary, que traían niños angoleños amputados a Barcelona para ser operados, e incluso a los Ingenieros de nuestro Ejército que contribuyeron a desminar y formar desminadores, intentando así subsanar el borrón en nuestro historial que suponía que una parte significativa de ellas hubiesen sido fabricadas en España... me paso el día buscando con la mirada amputados, y se ven bastantes, pero cuando me entero de que la diabetes -que también provoca amputaciones de piernas- es un auténtico azote, ya no sé a qué atribuirlas...

Pocos kilómetros más allá, la carretera vuelve a acercarnos a la costa; el día, nublado al principio, está levantando, hace calorcito, y pronto rodamos por una pista que, entre casitas de pescadores, nos lleva a nuestro destino; la Playa de los Golfinhos.



Una inmensa playa, absolutamente desierta, salvo por una pareja que está tan lejos que ni tan siquiera llegamos a discernir su adscripción étnica: a un extremo y otro, farallones rocosos; a nuestra izquierda, otro pequeño poblado de pescadores, con sus barcas varadas en la arena... aparcamos junto a unos bonitos bungalows, ahora cerrados; a su lado, se está construyendo el hermano pequeño del hotel de El Algarrobico, un reducido mamotreto de cubos de cemento; pero en pleno día laborable, solo trabajan en él dos personas.. a éste ritmo, lo pillará el deshielo de los Polos, crecerá el nivel del mar, y quedará bajo las aguas antes de ser inaugurado... después de todo lo que hemos hecho con nuestras costas, ¿qué fuerza moral tenemos para criticar lo que otros hacen con las suyas...?

Pero no nos ha traído aquí tan solo la belleza de la playa: esperamos encontrar otra cosa... ¡langostas...! Para eso llevamos en la pick-up la "churrasqueira" -la parrilla portátil, tan símbolo nacional angolano como la catana- y parte del carbón vegetal que ayer comprábamos en Pundo Ndongo; los pescadores ya han vuelto del mar con su carga, estarán deseosos de vendérselas a los turistas, nosotros somos los turistas... ¿entonces...?



Bueno... si fuese sencillo, no sería angolano... Ramon me instruye sobre la estrategia a seguir; mientras madre e hija tienden las toallas, nosotros nos quedamos junto a la pick-up, charlando distraidamente, mientras esperamos, mirando de reojo... "pronto vendrán las mujeres de los pescadores..." veo que la langosta se pesca al acecho, por lo menos la segunda vez...

Pronto vemos, a lo lejos, tres señoras que vienen no directamente hacia nosotros, pero sí en nuestra dirección, también hablando amigablemente entre ellas... una lleva un niño a la espalda, alrededor de la segunda revolotean dos más... cuando ya estamos cerca, se cruzan nuestras miradas, nos saludamos displicentemente... "Bom día...!" "Bom día...!"; sabemos que el primero que demuestre interés está jodido... nos falta un pelo para empezar a hablar del tiempo...

Una de ellas, al final, cede... "Pensaba que, a lo mejor, querrían alguna langosta..." " Bueno, si hubiese, quizás...", contesta Ramon, que sabe Latín... " Alguna debe haber..." contesta la señora... ¡Dios, no están negociando en Portugués, están negociando en puro Gallego, por aproximaciones sucesivas e indirectas...! estoy entusiasmado ante el espectáculo...

Pesando la corvina...


De repente, los negociadores acercan posiciones: si, hay langostas; si, nos interesan; ¿cual es el precio?; tanto... ¿tu balanza, o la mía...? ¡la leche, están negociando hasta la balanza...! explica la señora: precio y balanza forman un "pack": nosotros discrepamos: casi inmediatamente, hay un acuerdo; precio de la señora; balanza de Ramón. Entra en el negocio una corvina de más de un kilo; ¡hay trato!... yo espero que lo firmen, o que llamen a un notario... no hace falta; si hay trato, la cosa va a misa... pronto estarán de vuelta con dos sacos; en uno, un auténtico montón de langostas, nos sobrarán para un arroz el día de nuestra despedida: en el otro, la corvina: Ramon saca una balanza electrónica, la señora está de acuerdo con el veredicto y el precio resultante;  aceptan como obsequio unas cervezas y unos refrescos -la que está criando, sin alcohol-, nos despedimos amigablemente... negocio resuelto.

El cielo se ha despejado y el sol cae plano; intentamos montar un sombrajo con dos palos y una tela, pero no es necesario: de la Nada, como si saliese de debajo de la arena, surge un muchacho: nos ofrece un enorme parasol en alquiler, no hace falta ni que lo recojamos luego, ya vendrá el a buscarlo, nosotros no lo veremos, pero él nos estará viendo, vaya si nos estará viendo... aceptamos, encantados; la sombra vale muchísimo más de lo que le pagamos por el alquiler, vale su peso -¿el peso de la sombra...?- en oro...

Nos tendemos bajo la sombrilla, valorando la conveniencia de bañarnos, cuando la pareja con la que, a muchas decenas de metros, compartimos la playa, empieza a llamarnos a grandes gritos, mientras apuntan hacia el mar... "¡Golfinhos, golfinhos...!"

Yo, sinceramente, no me había preocupado en averiguar qué quería decir el nombre de la playa: me sonaba a "Golfillo", y tanto podía ser un golfo pequeñito -ni era un golfo, ni era pequeño-, como los chicos que alquilaban parasoles... pues no; el "golfinho", en Portugués, es el delfín, y allí teníamos delante nuestro a dos o tres de ellos, saltando y jugando entre las olas... después veríamos muchos más, pero siempre apareciendo de golpe, sin darnos oportunidad de fotografiarlos... el delfín es un bicho fundamentalmente simpático; era emocionante verlos allí, libres y -suponemos- felices, siempre los había visto en acuarios, con niños comiendo palomitas y música atronadora en los altavoces, saltando a través de aros... eso sí, estos golfinhos se perdían la chica guapa en neopreno que les daría arenques y caballas, no se puede tener todo... disfrutamos del espectáculo durante un buen rato, y, después, siempre nos sorprendíamos mirando de nuevo hacia el mar, por si volvían... pero no, todo tiene un tiempo en esta Vida, la hora de los golfinhos había pasado...

Entramos en el agua; yo había oído hablar de la corriente de Bengela, y esperaba encontrarla fría; no es así; el Atlántico, allí, empieza a oler a mar tropical, saltamos como niños en sus aguas, esquivando olitas ridículas, que no parece que vengan directamente de O Brasil...



Pero se está acercando la hora de comer, y ahora es cuando sugiero a mis amigos y amigas animalistas que cierren este Blog y se dediquen a actividades más placenteras... en la churrasqueira el carbón vegetal de Pungo Ndongo ya se ha transformado en brasas: la receta de las langostas debe proceder, tirando por lo bajo, del yacimiento de Atapuerca: se coge la langosta, vivita y coleando,  se la coloca sobre una superficie adecuada, se la corta en dos, longitudinalmente, y se pone en la parrilla... algunas mediolangostas intentan huir, las vuelvo a poner en su sitio, diciéndoles... "¿A donde vas, infeliz, que te dejas la otra media...?" recuerdo a Italo Calvino, el Vizconde Demediado... menudo karma nos estamos ganando a pulso, por algún sitio nos castigará Neptuno, por tratar así a sus simpáticas criaturas... sin darme cuenta, empiezo a canturrear... "San Lorenzo en la parrilla..." y, por un momento, espero, alucinado, que nuestras sabrosas víctimas se incorporen y respondan a coro:

"¡Dadme la vuelta, cabrones
que tengo los huevos fríos...!"

Pero es sólo un momento; pronto están coloraditas y... por supuesto, deliciosas: casi sin hablar, todo es un revoloteo de manos que cogen y desgarran, bocas que chupan y mastican, cáscaras que caen... apenas si hay tiempo para darle tientos a la lata de cerveza... hemos saltado cincuenta o sesenta siglos atrás, aún no hemos inventado ni la rueda, ni la ganadería, ni la agricultura... y qué bueno está, solo echo de menos un abrigo rocoso para pintar en sus paredes, con mis dedos pringosos, una langosta...



Volvemos al mar, a lavarnos en sus aguas... espero, en cualquier momento, un tridentazo en todo el culo... pero libro bien, va llegando la hora de volver a Luanda antes de que nos pille el "engarrafamento" vespertino...

Volviendo, pasamos de nuevo por la carretera que da acceso a la Reserva de Kissama; Ramon e Irene, no lo olvidemos, están en Angola trabajando, y han tenido que tomarse días de vacaciones para podernos enseñar tantas cosas hermosas; para ello han tenido que descartar alguna, y, en este caso le ha  tocado a Kissana; han pensado, con buen criterio, que, después de haber estado en Masai Mara, la reserva de Kissana nos sabría a poco; treinta años de guerra acabaron prácticamente con la fauna salvaje de Angola; para intentar recuperarla, abrieron esta enorme reserva y, en una operación sin precedentes -llamada, ya veréis por qué, "Arca de Noé"- trasladaron en enormes aviones exsoviéticos, desde la vecina Sudáfrica, cientos de mamíferos, pero exclusivamente herbívoros; hay algún elefante, jirafas, antílopes, cebras, gacelas... pero no trajeron depredadores... si fue una estrategia para conseguir un rápido crecimiento de las poblaciones, no me parece adecuada; darwiniano como soy, sospecho que se habrá llenado la Reserva de ñúes bobos y gacelas patosas, que no hubiesen pasado del primer día delante de un cheeta medianamente competente... ahora, si fue un problema presupuestario, entonces me callo; fui funcionario y ya sé cómo van esas cosas... les pido a Ramon e Irene que me lleven a Kissama "cuando hayan puesto los leones", y en eso quedamos...

Hora es ya de hablar de la Palanca Negra Gigante, un bellísimo antílope, grandote como un caballo y con unos hermosos cuernos de sable:  un endemismo angoleño, omnipresente; en el logo de las Líneas Aéreas, en cientos de reproducciones a tamaño natural, en plástico de colores, como en Europa encontramos vacas -menos en San Petersburgo, que tienen osos...-, "Palanquinha" enseña matemáticas a los niños en las cartillas escolares... está en todos sitios, menos donde debería estar; durante años se creyó que la Palanca Negra Gigante -llamémosla PNG- había sido otra víctima de la guerra, y se había extinguido... afortunadamente, no hace muchos años, un forestal encontró un pequeño grupo de supervivientes, en una remota selva al Este de Malanje; rápidamente la zona fue declarada Reserva Natural, y el descubridor recibió el título honorífico de "Pastor das PNG"... observareis por los detalles que, para tratarse de un país donde, en principio, no faltan otras prioridades, demuestran una encomiable eficacia en la protección de la Naturaleza...

La PNG que hemos visto más de cerca...


Pero... lo que no había conseguido ni la guerra ni la caza abusiva, está a punto de lograrlo... la lujuria: Palancas y Palancos han adquirido la peregrina costumbre de copular como posesos con unos primos lejanos, los Antílopes Ruanos. Y que no me digan que se confunden, porque ellos son negros como teléfonos de los de antes, y los ruanos, marroncitos... quizás de noche... en todo caso, los híbridos resultantes de esas mésalliances son estériles, como nuestros mulos y mulas, y la preciada dotación genética de los PNG se va perdiendo en fuegos de artificio... y que conste que no soy enemigo de echarle fantasía y variedad a la cosa, pero siempre después de haber cumplido con los sagrados deberes reproductores de la Especie, a ver si acabarán teniendo razón los curas...

Nos acercamos de nuevo al puente sobre el Kwanza; atraviesa la carretera un bello bosque tropical y, según reducimos la velocidad para pasar el peaje, empiezan a aparecer, a un lado y otro de la carretera, varios macacos: la gente les toca la bocina, y les arroja bananas y mendrugos de pan; los macacos, cumplen con su obligación, hacen sus monerías, extienden la mano pidiendo más... relación distendida, correcta, con nuestros lejanos primos, lejos de las amenazas que veíamos ayer, aquí nadie piensa en asar macacos... un ambiente de armonía y paz universal, entre especies tan próximas -sin llegar a las confianzas de los PNG con los Ruanos- que nos alegran la tarde, según vamos acercándonos a los arrabales de Luanda, donde los candongueiros están empezando ya a descargar legiones de hombres y mujeres que vuelven del trabajo, mientras, rápida como siempre, cae la tarde tropical...













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