miércoles, 7 de octubre de 2015

En el Vientre de la Bestia...

Hace pocos días se recordaba el aniversario de los últimos fusilamientos del Franquismo, en aquel agitado Septiembre de 1975, pocos meses antes de la muerte del Dictador. Fechas que tienen para mí un recuerdo imborrable y personal, porque las viví desde dentro mismo, como funcionario del Régimen... pongo en orden mis recuerdos, y los comparto con vosotros, sobre todo con los que, por su edad, no conocieron todo aquello...

Vaya por delante que ni bajo el más benigno de los criterios podía considerarse que yo fuese un opositor al Franquismo: por mi tradición familiar -familias claramente de derechas, abuelos presos durante la guerra en el bando Republicano, padre excombatiente y falangista- y por mi temprana militancia política en el Falangismo, aunque siempre en sus sectores más disidentes -más frikis, diríamos hoy- se me podía considerar dentro del bloque sociológico de los que, tantos años atrás, habían ganado la Guerra Civil. Pero había conocido la experiencia de la Universidad en momentos muy activos del Movimiento Estudiantil -había llegado a militar en el Sindicato Democrático de Estudiantes- y mi amistad, e incluso relación familiar, con militantes de la Izquierda entonces ilegal y perseguida, me habían colocado en un terreno, no ya neutral, sino cada vez más inclinado hacia las posiciones que después adoptaría.

Pero,  inicialmente, mi vocación estaba en el campo universitario, que siempre ha sido un Mundo aparte, y nada hacía prever que me decantaría hacia la Administración Pública pura y dura: a la Administración me llevaron las circunstancias: y esas circunstancias tienen nombre y apellidos; en realidad, un apellido, repetido: Joaquín Fernández Fernández, mi profesor en los últimos años del Bachillerato, el que me orientó hacia la Economía, con quien di mis primeros pasos en la docencia universitaria, mi maestro en tantas cosas, mi amigo hasta sus últimos días... no aprendí de él ni su incansable laboriosidad -siempre he sido un flojo- ni su rigor, ni su dedicación, pero sí encontró la forma de inculcarme algo de su curiosidad por la innovación, su sentido del humor y su talante liberal, que tanto sorprendían en un profesor de Formación del Espíritu Nacional, licenciado en Ciencias Exactas y en Ciencias Económicas, cuya fe falangista le llevó hasta encabezar alguna lista electoral bajo la sopa de siglas en que se transformó el Movimiento tras la Transición Democrática.

Habían nombrado a Joaquín Fernández Director Provincial de Cooperativas, en la Organización Sindical: último coletazo de las concepciones corporativistas que habían germinado en la Europa de anteguerra, el llamado "Sindicato Vertical" era un intento de agrupar, en una misma estructura, representantes de los Empresarios y los Trabajadores -también llamados "Productores"-, bajo una pretendida comunidad de intereses: la tozuda realidad, incluso en la España de Franco, se había terminado por imponer, y dentro de la estructura "Vertical" de los Sindicatos de Rama -Metal, Construcción, Artes Gráficas...- habían aparecido estructuras horizontales, las Uniones de Empresarios y las Uniones de Técnicos y Trabajadores, configurando un curioso entramado en damero de ajedrez -"Sindicato a cuadros", lo llamábamos-, que fue ganando representatividad en la medida en que los sindicatos obreros ilegales -muy especialmente, Comisiones Obreras- fueron aprovechando los resquicios legales para hacerse con el control de las Uniones. Los Empresarios, por supuesto, iban a su bola.

En los últimos años del Franquismo la ebullición social no se limitaba a la cada vez más presente Oposición: también dentro de los sectores afines al Régimen se vivía aquel ambiente de fin de etapa, y se recrudecían las luchas entre los partidarios de un continuísmo que chocaba con la inminencia de lo que, eufemísticamente, se llamaba el "Hecho biológico" -Franco estaba hecho unos zorros- y los que apostaban por las llamadas entonces "corrientes aperturistas", que oscilaban entre medidas cosméticas, como reconocer determinadas opciones políticas dentro de un juego democrático restringido, o la simple aceptación del hecho de que España debía dejar de ser una anomalía en el Mundo occidental, en cuyos mecanismos económicos y culturales estaba cada vez más integrada, pese a sus lamentables peculiaridades institucionales. Una de esas maniobras de posicionamiento había colocado al frente de la Organización Sindical de Barcelona a un "aperturista", José María Socías Humbert, después último alcalde franquista de Barcelona, y que terminó su vida política militando en el PSC, y uno de sus hombres de confianza, sensatamente elegido, era Joaquín Fernández.

Joaquín se entregó en Cuerpo y Alma al Movimiento Cooperativo, y yo, chupando rueda, detrás de él: heredero del Socialismo Utópico, pero también de movimientos cristianos y, en general, reformistas y críticos con el Capitalismo, el Cooperativismo representaba -creía yo, y sigo creyendo- una opción de organización económica democrática y autogestionaria, dentro de las limitaciones impuestas por el Sistema... empezamos a movernos en todo el incipiente andamiaje de apoyo al Movimiento Cooperativo, el Centro Nacional de Educación Cooperativa que organizaba en Zaragoza otro gran Joaquín, Joaquín Mateo, la Asociación de Estudios Cooperativos, -en cuyas reuniones mensuales, en Barcelona, se sentaba con nosotros el que luego sería una de las personalidades más relevantes del Socialismo catalán, Joan Reventós-... y luchamos, dentro de nuestras posibilidades, por integrar el Cooperativismo español en las grandes corrientes del Cooperativismo mundial, suspicaz ante la intervención estatal que nuestra misma presencia suponía, una contradicción más en unos momentos en que la Contradicción era, justamente, el pan nuestro de cada día.

Enseñando Economía en la Universidad Menéndez y Pelayo, Santander


Al volver yo del Servicio Militar, me planteó Joaquín la posibilidad de entrar a trabajar a su lado en la Dirección Provincial de Cooperativas, no ya como colaborador, sino como funcionario interino; había libre una plaza en el Cuerpo de Economistas Sindicales: presenté mi documentación y, a finales de mayo de 1975, se me comunicó que podía empezar a trabajar a primeros de Junio; pero...

Estábamos pendientes de ingreso un Economista -servidor- y cinco Abogados, y los trámites se eternizaban... hasta que nos llegó información sobre el motivo del retraso: ¡Uno de nosotros tenía Antecedentes Policiales...!

Reunidos los cinco afectados, nos mirábamos unos a otros, preguntándonos quién sería el peligroso Opositor del Régimen -preguntándome yo si sabrían esta o aquella otra cosita, con qué compañías me movía yo por Zaragoza...- cuando un compañero, navarro de la Ribera, después gran amigo, enrojeciendo, nos aclaró el tema: "¡El hijoputa del alcalde de mi pueblo..! estamos peleados por un asunto de riegos, y me denunció a la Guardia Civil por salir a cazar conejos, de noche, desde el tractor..."

Resuelto el último obstáculo, esperando de un momento a otro la orden de incorporarme a la Dirección de Joaquín, fui llamado por sorpresa por mis nuevos superiores: ¡Cambio de planes...! las Uniones de Empresarios pedían que se reforzasen sus órganos de apoyo; me incorporaría, con dicha finalidad, a las Delegaciones Comarcales de L'Hospitalet y el Baix Llobregat...

El Baix Llobregat, llamado entonces "El Bajo", era, sin lugar a dudas, la Comarca más conflictiva de Catalunya: apacibles pueblos de payeses de regadío, que habían multiplicado su población por varios dígitos gracias a la emigración y el desarrollo industrial de los años Sesenta, transformado entonces en un continuo periurbano de ciudades-dormitorio carentes de los mínimos equipamientos sociales y urbanísticos y unos polígonos industriales duramente golpeados por la crisis que, desde dos años atrás, a raíz de las turbulencias en el mercado del petróleo -pero no exclusivamente por eso- asolaba todas las economías occidentales. Todas sus Uniones de Técnicos y Trabajadores, después de las recientes Elecciones Sindicales -que habían seguido a un fuerte movimiento de huelgas- estaban en manos de militantes de Comisiones Obreras, y los empresarios, con buen criterio, evitaban poner los pies en los locales sindicales.

Una vez presentado a mis atribulados superiores comarcales -que no tenían ni idea de qué diablos hacer conmigo-, inicié los contactos con los representantes empresariales: el Presidente de la Unión Comarcal era un simpático caballero, de mediana edad, propietario de una muy pequeña empresa, y que gozaba de cierta aceptación por parte de los representantes de los trabajadores porque, decían, nunca se negaba a conceder a sus obreros anticipos sobre las retribuciones atrasadas que les adeudaba... lo llamé por teléfono, acogió con entusiasmo mi incorporación, y me citó, a la hora de la comida, en una Masía con ciertas pretensiones, donde tuvimos un agradable almuerzo de trabajo, intentando yo lanzar iniciativas que pudiesen fomentar la presencia de empresarios en nuestras actividades... al traer el camarero la cuenta, se palpó con gesto de alarma la americana... "Me parece que me he dejado la cartera en la fábrica... ¿te importaría...?" No, no me importaba, de hecho, estaba alucinado ante el volumen de mis nuevas retribuciones, a años luz de lo que cobraba en la Facultad, pero, aún así, capté malas vibraciones... por extraño que pueda parecer, volví a caer en la trampa otra vez, pero no hubo tercera: a partir de entonces, sólo acepté invitaciones a "tomar un café".

De todas maneras, el simpático gorrón me resolvía una de mis tareas mensuales: la Encuesta de Coyuntura Industrial; ante el cortadito que pagaba indefectiblemente yo, lo iba sometiendo a un hábil interrogatorio: "Construcción.... ¿cómo está la Construcción...?" "Hombre... hablé ayer con Fulano, y me dijo que jodido, pero que esperaba que le saliese una promoción nueva.." y yo anotaba: "Se detectan ciertos indicios de mejoría en la confianza empresarial..." "¿Artes Gráficas...?" "Mal, Mengano me dice que, si sigue así, se va a tomar por culo..." que, en mi informe, se transformaba en "La crisis sigue golpeando severamente al Sector, y cunde la desconfianza ante la previsible evolución futura.." Curiosamente, si en vez de un cortado era un carajillo, los densos nubarrones dejaban pasar algún que otro rayito de luz...

Visto lo visto, mis superiores decidieron dejar por imposible la atracción al Sector Empresarial, y, de facto, me incorporaron a donde de verdad hacía falta: la asesoría en los innumerables conflictos laborales que aparecían, día a día... tanto asesoraba a los trabajadores en su oposición a los Expedientes de Crisis -los ERE del momento- como presidía las llamadas Juntas Sindicales de Conciliación, donde se pretendía dar una solución consensuada a situaciones muchas veces gravísimas... tengo pendiente contar cómo intenté, con escaso éxito -uno tampoco era la Virgen de Lourdes- resolver un conflicto laboral que derivó en una Huelga General de quince días y decenas de miles de obreros en la calle... pero eso bien merece otra historia... a todo eso, tenía veintiséis años, y me comía los marrones en absoluta soledad, allí te tenías que espabilar, aún no sé cómo aguanté... creo que han sido los momentos más duros de mi vida laboral.

En un acto oficial, por aquellos años...


Curiosamente, logramos parar con éxito algunos expedientes de crisis, de puro chapuceros en su planteamiento, donde estaba claro que los empresarios sólo estaban interesados en cerrar, pasar el muerto a las Arcas Públicas, y pulirse después los activos o, simplemente, favorecer a alguna otra firma de su grupo empresarial, desprendiéndose de una plantilla envejecida y relativamente bien pagada... nada nuevo bajo el Sol, como veréis... cuando conseguías una prórroga -que siempre sospechabas temporal-, cuando veías la satisfacción y el alivio de los que, por el momento, conservaban su puesto de trabajo, podían seguir llevando un jornal a casa... sentías que todos tus esfuerzos se habían visto recompensados con creces... y la satisfacción de los trabajadores se transformaba también en reconocimiento a nuestro trabajo; recuerdo una ocasión en que habíamos conseguido parar un intento de deslocalización por parte de una multinacional: el Comité de Empresa nos invitó, al abogado y a mí, a una paella de conejo en un pueblo vecino: comimos y bebimos y, al acompañarnos de vuelta hacia Cornellá, donde teníamos nuestras oficinas, hicimos una escala técnica en un bar de camareras donde, a media tarde, unas aburridas señoritas se aprestaron a servirnos unos cubalibres... "Si queréis algo más... está todo pagado", nos susurró el Secretario del Comité... ante mi cortés y casta negativa, mi compañero, más liberal, me insistía... "Hombre, Antonio, digo yo que por no hacer un desprecio..."

Pero esos escasos éxitos no nos podían hacer olvidar que éramos un instrumento de un Estado represor y dictatorial, en sus últimos coletazos, que suelen ser los peores... y de ello nos daba buena cuenta la presencia constante, en nuestras instalaciones, de los agentes de la Brigada de Investigación Social de la Policía, los temidos "Sociales"... yo los había visto en la Facultad, dirigiendo a los Policías Armados, arrancando carteles... y en las manifestaciones, practicando detenciones; sabía, por amigos míos,  las sádicas torturas que les habían infringido, y ahora los tenía allí, como compañeros, otros servidores del mismo Estado, misma finalidad, distintos métodos.

Llegaban, todas las mañanas, en sus vehículos "camuflados"... ¡la mayor chapuza posible!; coches anodinos, blancos o grises, pero de modelos que apenas se veían -¡El 850 Cuatro Puertas, por Dios...!- con falsas matrículas de cualquier provincia lejana -de Badajoz, de Navarra...-, sin un solo elemento personal, ni una pegatina, ni una antena larga... me moría de risa: "¿Pero no se dan cuenta de que son los únicos coches que circulan por el Baix Llobregat sin un cojín de ganchillo o un perrito que mueve la cabeza...?" ya los conocíamos: Uno de ellos, Ignacito, era frágil y aniñado; otro respondía al improbable apellido de Macarro... a un tercero, sus compañeros le llamaban "El demócrata" porque, afirmaban, no le gustaba pegar a los detenidos... se sabían odiados, y lo expresaban a través del humor negro; hablaban un día de un dirigente sindical... "Es el tío más conocido del Baix", decía uno de ellos... "No, te equivocas... ¿sabes quienes son las personas más conocidas del Baix...? ¡Tu puta madre y la mía...!"...

Ese peculiar sentido del humor les había llevado a crear una fábrica ficticia, "Industrias de la Madera, 34 trabajadores" que, indefectiblemente, participaba en todas las huelgas que se convocaban en el Baix; cuando pasaban el parte por teléfono a sus superiores, siempre "Industrias de la Madera, 34 trabajadores" figuraba entre las que habían secundado los paros... colgaban y se reían como niños, niños peligrosos -todos eran más jóvenes que yo, que ya es decir- niños investidos de un poder espúreo, carne de olvido y postergación, una vez que sus servicios no fuesen necesarios, si algún día llegaba a producirse dicha feliz circunstancia...

Fue en ese marco esquizofrénico -cada día más consciente de los problemas sociales que, literalmente, eran mi trabajo cotidiano, cada día más opuesto al papel que jugaba la estructura represiva de la que yo era, aunque mínima, parte integrante, cada día más escéptico ante la posibilidad de instrumentalizar dicha estructura, de lograr, en su seno, resolver los problemas que veía a mi alrededor..-. cuando viví los últimos fusilamientos del Franquismo: mi sentimiento, como parte de las estructuras de un Estado que no sólo aplicaba penas de muerte -que ya mi formación jurídica me llevaba a considerar absolutamente desproporcionadas, inútiles, crueles e irreversibles-, sino que lo hacía en un marco de nulas garantías procesales, pese a que los condenados hubiesen practicado una lucha armada en la cual tampoco creía como solución, mis sentimientos, decía, fueron, fundamentalmente, de vergüenza y frustración... ¿Hasta cuando duraría aquello..?

La solución vino pronto. Y, además, fue uno de los "sociales" quien nos la anunció: teníamos en nuestras oficinas un retrato de Franco: no penséis en ningún mural norcoreano: una humilde foto tamaño octavilla, en blanco y negro, de un Franco sonriente y de unos cincuenta años, en un marco de acero inoxidable paradójicamente casi oxidado, sin cristal, decolorada y con algunas cagaditas de mosca... pasó a su lado Ignacito, y le dio la vuelta, teatralmente, colocándolo boca abajo, en la mesita donde estaba... "¡A éste ya lo podéis ir quitando... está jodido...!", anunció... "Hombre, por la tele han dicho que es un resfriado..." "¡Está jodido, está listo, de ésta no sale...!" insistió... eso era a principios de octubre, creo recordar; no faltaban ni dos meses para el 20 de Noviembre; pero esa es ya otra historia...


En 1975... ¿A que imponía respeto...?






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