miércoles, 14 de octubre de 2015

El día en que pude cambiar la Historia de España

Se acerca el 40 aniversario de la muerte de Franco... el otro día, un amigo con cuyas opiniones políticas no coincido demasiado -cada vez me pasa más, ventajas de vivir en un país dividido casi al 50%- decía: "¡Qué largo se me está haciendo el Franquismo...!" Al igual que en los Estados Unidos hay muchísima gente que cree que Elvis sigue vivo y que el Hombre no llegó a la Luna, hay muchos entre nosotros que niegan la Transición... lo siento, yo estaba allí, y claro que hubo... que la resultante te guste, o no, depende, fundamentalmente, de tu nivel de expectativas, y ahí ya entran los gustos y las opciones personales... pero quien crea que esto es Franquismo, o no entiende esto, o no se acuerda del Franquismo...

Hoy quiero contaros una historia de mi primera adolescencia: estaría yo en segundo o tercero de Bachillerato -después de tantos planes diferentes, hay que recordar que eso sucedía entre los 12 y 14 años, más o menos...- y en mi grupo de compañeros del Liceo "Ramon Llull" se había despertado una súbita afición por la Química: no se si se debía a nuestros primeros pasos en la asignatura, o a la difusión de un juego de química recreativa -"Cheminova", creo recordar que se llamaba- que todos habíamos pedido a los Reyes en los que ya no creíamos, y que nos permitía, entre otras cosas, transformar agua en "vino" echando en ella unos cristalitos de Permanganato... seguramente había influido nuestro profesor de Química, el Sr. Sánchez, todo un personaje... había dejado en su Huelva natal un empleo por el que le pagaban 30.000 pesetas -toda una fortuna en la época- y un chaletito con jardín, para venirse a Barcelona -entonces una ciudad gris y muy poco glamourosa- a explicarnos química a un puñado de mozalbetes: su anterior trabajo consistía en analizar muestras de explosivos en una cámara blindada... "Para enterrar a mi antecesor, tuvieron que estar raspando casi un día las paredes de la cámara..." nos contaba, sin duda exagerando un poquillo... Había conseguido de su experiencia profesional, eso sí, una úlcera de estómago en la que, según él -y quizás también exageraba-, "le cabía el puño".

Pese a tan descorazonador ejemplo, un grupo de seis o siete amigos decidimos dedicar nuestros ocios a experimentar con la Química: uno de ellos vivía en una casita de dos plantas, en cuyo jardín trasero había un semisótano que sus padres nos cedieron para instalar allí nuestro laboratorio: recuerdo que cuando lo ocupamos, emocionados, encontramos el pequeño recinto lleno de viejos colchones de lana, que habían criado una colonia de pulgas increíble, y tuvimos que exterminarlas con pozales de zotal y escobas... allí instalamos cosas realmente ingeniosas, como una auténtica campana extractora, gracias a cuyo buen funcionamiento puedo estar ahora contando estos recuerdos.

Porque lo que más nos atraía era, por supuesto, lo que podríamos llamar "Química de alto riesgo" en sus dos vertientes tradicionales; explosivos y venenos... aún ahora no me puedo creer que a nadie se le ocurriese averiguar qué hacíamos allí -empezando por los padres de nuestro amigo, que vivían encima del laboratorio-, mientras nos entreteníamos en cosas tan inocentes como la producción de nitroglicerina -la pólvora nos parecía, sencillamente, un juego indigno de nuestro nivel, cosa de niños; eso lo hacía yo con mis hermanos, en casa- o el ácido cianhídrico... que superásemos esa etapa todos vivos y con nuestros miembros en su sitio dice mucho en favor de nuestra profesionalidad y meticulosidad en el desarrollo de los experimentos o, simplemente, de nuestra buena suerte.

Además, no era una afición barata: consumíamos mucho material de laboratorio y productos químicos: eso si, eran muy fáciles de encontrar, porque existía por aquel entonces en Barcelona, en un local en plena Plaça de Catalunya, englobado hoy en el enorme complejo de El Corte Inglés, una fantástica droguería, Comercial Vicente Ferrer -nada que ver con el misionero y cooperante-, auténtico Jardín de las Delicias para un químico aficionado, donde podías comprar literalmente de todo y, además, te lo vendían sin pestañear ni hacer preguntas... de nuestras módicas pagas semanales, ahorrábamos y, cuando teníamos reunida una pequeña suma, preparábamos  nuestra "lista de la compra", en función de los experimentos que tuviésemos en mente, y uno de nosotros se desplazaba a comprar los ingredientes necesarios.

Precisamente aquel día me tocaba a mí, y así inicié mi excursión hacia el centro de Barcelona con los fondos de mis compañeros en el bolsillo: debía comprar unos cuantos tubos de ensayo -se rompían muchos-, una botella de ácido nítrico, y un frasco de barras de sodio metal: el sodio metal reacciona muy violentamente con el agua, incluso en pequeñas cantidades, y por eso se transporta siempre en un líquido inerte; lo echábamos después en un pequeño estanque del jardín, y el resultado era espectacular. Lo de la excursión también merece un comentario: vivíamos en el Baix Guinardó, y allí, era muy común la expresión "Hoy, bajo a Barcelona"; incluso en el Metro, que ya llegaba hasta nuestro barrio, era un viaje a otro Mundo, tanto por el tiempo que empleábamos, como por el diferente ambiente: de nuestra zona, donde abundaban aún las casitas en un entorno ajardinado, poco poblado y donde conocías a mucha de la gente con la que te cruzabas por la calle, hasta una ciudad entonces industrial, cubierto su cielo perennemente por una boina gris de contaminación... fue justo al salir de la boca del metro, cuando me sorprendió la profusión de banderas colocadas en las farolas o en guirnaldas cruzando las calles, la música patriótica que transmitían diversos altavoces y el ajetreo de cientos y cientos de personas, que empezaban ya a agolparse en las aceras, y recordé, de golpe, haber oído la noticia de que aquel día llegaba Franco a Barcelona.

Se ha comentado mucho sobre cómo conseguía el Régimen aquellos auténticos baños de multitudes; si se suspendían las actividades en las empresas, si se fletaban autocares gratuitos con ofrecimiento también de un bocadillo a los asistentes... supongo que algo de eso habría también, pero las explicaciones son mucho más sencillas: en primer lugar, Barcelona, incluso sin "guiris", -cosa que hoy nos resulta increíble- era una ciudad muy poblada -de hecho, el Centro ha perdido población desde entonces- donde las calles, con Franco o sin Franco, siempre estaban llenas: una visita así despierta su expectación... el fervor patriótico o la adhesión política son más discutibles, pero lo cierto es que, en aquella etapa del tardofranquismo, superados ya los excesos represivos de la postguerra, buena parte de la población vivía reconciliada con la situación política, sobre todo considerando que la económica había mejorado notablemente... las dictaduras no son tan malas como parecen, sobre todo si tienes la suerte de carecer de la valentía y la determinación para enfrentarte a ellas.. años después, cuando me manifestaba por las calles, tenía que oír muchas veces los comentarios de desaprobación de la gente desde las aceras... "¡Una guerra tendríais que pasar...!" No nos engañemos; aunque son hoy legión quienes recuerdan haber descorchado una botella de champán para celebrar la muerte de Franco, la auténtica explosión del Antifranquismo popular se produjo tres o cuatro meses después de su fallecimiento, como es más que natural, cuando el riesgo asociado a dichas posturas había alcanzado ya niveles asumibles.

De entre los innumerables chistes sobre Franco que se contaban, más o menos de tapadillo, recuerdo uno que reflejaba muy bien el ambiente de la época: Franco quería saber cómo vivía la gente normal y corriente; se disfrazaba y salía, con un asesor -entonces no había, sería un escolta, digo yo- y hacían auto-estop: paraba un señor con un "Seiscientos" -la gente aún recogía autoestopistas, un punto a su favor-, el escolta se sentaba junto al conductor y Franco, en silencio, ocupaba el asiento posterior... "¿Qué tal le va la vida?", preguntaba el escolta... "Pues mire usted, no me puedo quejar; tengo un pisito, un chaletito en la Sierra, este cochecito..." "¡Pues ahí detrás tiene usted al hombre al que le debe todo eso...!", afirmaba, triunfal, el escolta adulador... "¡Hombre- saltaba de alegría el conductor- no sabe usted las ganas que tenía de conocer al amante de mi mujer...!" Buenos tiempos, si no te preocupaban demasiado la dignidad y esas zarandajas.

Entré en Vicente Ferrer, hice mis compras, salí con un paquetito cuidadosamente envuelto en papel de estraza, y, ya que estaba allí, decidí quedarme a gozar del espectáculo: además, se me ocurrió un sitio privilegiado para presenciarlo, y hacia allí me dirigí: la subida de la Pia Almoïna, el único acceso en automóvil a la puerta de la Catedral, a donde sin duda iría Franco, a entrar en ella bajo palio -su deporte favorito, se decía que estaba presionando para que se admitiese el los próximos Juegos Olímpicos la prueba de "Mil metros bajo palio"- y oír el preceptivo Te Deum, con el cual la Iglesia honraba al que les había garantizado el chollo que, ese sí, les dura todavía.

Llegué al lugar y, a codazos, conseguí ponerme en primera línea, solo separado de la estrecha calzada por donde debían subir los coches por el cordón que formaban policías armados, con guantes blancos, por aquello del uniforme de gala, cogidos de la mano, más para contener a la gente que para proteger a los jerarcas que iban a pasar ante nosotros... había transcurrido un ratito cuando ya los gritos y los aplausos anunciaron que Franco se acercaba... al pie de la cuesta, la escolta de caballería que llevaba -que ya no era la imponente guardia mora que yo había visto de niño, con sus turbantes, sino unos lanceros con uniforme de opereta- se detuvo, y el coche de Franco, un Rolls-Royce descapotable, que ya he visto usar después de él a dos reyes -los Rolls-Royce es lo que tienen; si los cuidas bien, duran un huevo, más que un Régimen, y, a la larga, los amortizas...-  enfiló la cuesta pasando a escasos dos metros míos, con un sonriente Franco en uniforme de Capitán General, de pie y saludando con una manita ligeramente flácida, acompañado a su lado por el Alcalde de Barcelona: Don José María de Porcioles, antecesor de Ada Colau, notario y alcalde de Barcelona durante largos años, en los que se cometieron todo tipo de tropelías urbanísticas, era un señor bastante alto y elegante enfundado en su chaqué, todo lo contrario del Caudillo, al que sus irreverentes compañeros de armas, al parecer, llamaban "Paquita, la culona", aunque no delante suyo, por supuesto... cuando, años después, volvió Franco a realizar dicho recorrido, esta vez en el blanco uniforme de verano de la Armada, en compañía de Porcioles, la asistenta que venía a casa, despistada o corta de vista, le comentó a mi madre... "¡Hay que ver, Franco, qué buen mozo... y su señora, con aquel sombrerito blanco...!"

Entre la muchedumbre que, según decían en el peculiar lenguaje de la época, "prorrumpía en vítores y aclamaciones", apenas si pude esbozar una especie de aplauso de foca de circo, manteniendo apretado contra mi pecho el paquetito de papel de estraza... esperamos el rato que duró el Tedeum, y, una vez más, pasó el coche casi rozándome, con Franco aún más cerca, porque, como es natural, ocupaba el lugar preferente, a la derecha del automóvil, y otra vez le dediqué mi aplauso de circunstancias... de no estar en medio el Policía Armado, casi hubiese podido tocar el coche con la mano, como hacían muchos de los concurrentes, en signo no diría yo que de veneración, pero casi... años más tarde, en uno de esos baños de multitudes, algún monárquico aprovechado le birlaría un Rolex a Juan Carlos, que, supongo, debe conservar como reliquia, si no ha recibido ya una buena oferta por él... estad atentos al Wallapop.

Vaya por delante que Franco estuvo bien a salvo a mi lado, a pesar de sus desastrosas medidas de seguridad: ni albergaba yo a tan temprana edad la menor animosidad hacia él -en mi familia gozaba de cierta buena prensa- ni he tenido nunca vocación de mártir ni inclinación alguna hacia el magnicidio, si bien es cierto que no faltan gobernantes -de signos bien distintos- a los que, caso de tener garantizada mi impunidad, les daría con sumo gusto un buen capón o una patada en el culo... pero no es menos cierto que, si me llega a dar una ventolera y le tiro encima lo que llevaba, no digo yo que lo hubiese matado, pero seguramente habrían tenido buen trabajo los cirujanos plásticos, entonces en los primeros pasos de su arte, para que se volviese a parecer al de los sellos y las monedas. Un Franco muerto, o apartado del Poder, en 1963 habría, sin duda, cambiado la Historia de España: se hubiese visto entonces -como doce años más tarde- la imposibilidad de dar continuidad a un Régimen nacido en una circunstancia histórica completamente distinta, y tras una guerra atrozmente cruel: de una u otra manera, España se habría incorporado tempranamente a la construcción europea... o no, y hubiese surgido, como en Portugal, un Caetano que prolongase más allá de sus posibilidades biológicas el Salazarismo... todas las hipótesis están abiertas... por si acaso, yo me volví a casa con mi paquetito.

¿Cómo acabó todo aquello de la química...? por otras reacciones químicas; las que se produjeron en nuestras glándulas, elevando nuestra producción hormonal a máximos históricos; el laboratorio fue desmantelado, y allí empezaron a celebrarse guateques, con mis amigos dejándose melenita tipo Beatles y llevando pantalones acampanados y extrañas chaquetas negras sin solapa; yo fui más bien de Elvis y, como él, eché kilos... previsiblemente, todos acabaron orientándose hacia carreras de Ciencias, menos yo, que lo hice hacia la Economía, que no es una ciencia, como sospecháis, sino un artefacto ideológico, ya que toda Ciencia requiere experimentación -justo lo que hacíamos nosotros- y los experimentos en Economía han terminado siempre como el Rosario de la Aurora: y así asistimos ahora al espectáculo de auténticos vendedores de crecepelo -incluso algunos con chaquetas fosforito- loando las virtudes de la Desregulación y la Privatización y abominando del Intervencionismo Estatal, sobre las ruinas humeantes de Lehman Brothers y estando dispuestos a enviarnos a casa a la Guardia Civil para comprobar que no nos estamos calentando al Sol en la terraza en vez de usar sus carísimos kilowatios... en fín...

El autor, por aquellos años... ¿Me hubieseis vendido un frasco de Ácido Nítrico...?







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