martes, 23 de junio de 2015

Pisa, o el encanto de lo esperado

No busca siempre el viajero la sorpresa: si has leído y has mirado, pocos lugares del Mundo están para ti desprovistos de una imagen, de unas líneas, de un recuerdo no vivido, pero no menos vivo por ello... a veces, viajar es pasar revista a eso que ya conoces...

Llegas a Pisa desde Lucca, por una rápida y cuidada autostrada, y muy pronto, entre los árboles, descubres una figura familiar... ¡Cuántos miles y miles de veces, a lo largo de tu vida, has visto esa silueta, el icono perfecto, el más logrado objeto de diseño...! Esa torre que, aunque no estuviese inclinada, seguiría siendo bellísima, proporcionada, a la medida del Hombre... aparcas con facilidad -es temprano, en un sábado lluvioso, las oleadas de turistas van llegando, pero aún no agobian- y te diriges al Campi dei Sepolcri.



Toda Pisa está en una húmeda llanura, muy cerca del Arno, que ya se acerca al mar. Tierra pantanosa, "Se veía de venir", a quién se le ocurre plantar aquí semejante campanile, sin una cimentación para la cual, en el momento de su construcción, no había soluciones técnicas. Y aún ahora, no me fiaría yo mucho...Pero prueba de que está bien hecha es que no se ha llegado a caer del todo, y les deseo que puedan seguir disfrutando de ella otro puñado de siglos más.





Los grupos de turistas ya se van formando: mayoría de asiáticos -claro, son mayoría también en la población mundial-, con muchos españoles y -como veremos en toda la Toscana-, muchos latinoamericanos. Los turistas se dividen en tres grandes grupos: filántropos (se hacen la foto falsa ayudando a aguantar la Torre), bordes (fingen empujarla) y claramente exhibicionistas (chicos jóvenes que se tumban en el suelo y confían en la habilidad fotográfica de su compañero). Los palos de selfie florecen por doquier. Hacemos un intento filantrópico, pero no vale la pena, siempre me da mucho corte ceder a esas tentaciones.


Todo, absolutamente todo, responde a tus expectativas: el mármol es blanco, su trabajo, cuidado, el césped es verde, el conjunto, bellísimo... nos falla un poco el tiempo -un par de veces rompe a llover débilmente- pero nos ahorra el calorazo toscano. Incluso los turistas están -estamos- en nuestro papel, visitando un conjunto artístico, con la debida pose de admiración. Una patrulla del Ejército aporta seguridad... hay tiendas de souvenirs, pero pocas dentro del recinto -fuera ya es otra cosa...- Paseamos relajadamente, disfrutando de un momento, no por esperado, menos agradable, posiblemente al revés, por esperado, más placentero aún...



Dejas Pisa -el Campi dei Sepolcri- sin demasiada pena: ya lo habías visto, ya lo has visto de verdad, ahora lo seguirás viendo, mejor que antes... nos esperan algunas cosas desconocidas, y otras poco o mal conocidas, pero siempre es bueno saber que ahí está, ahí está, la Torre de Pisá...



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