jueves, 4 de junio de 2015

Camino del Elba...

Seguimos las aguas del Spree, ya Havel, camino del Elba...

El Spree se entrega a su hermano mayor, el Havel, a los pies de la ciudadela de Spandau: Spandau no tiene nada que ver con la cárcel de Spandau -que estaba en Berlín- ni con Spandau Ballet, que no sé de donde le viene el nombre, pero en su arsenal se construyeron las famosas ametralladoras Spandau, que, en los primeros días de la Gran Guerra, segaron a una generación de franceses e ingleses en los campos de Flandes. En la Cárcel de Spandau estuvieron los condenados a penas de prisión en el Juicio de Nüremberg, hasta que el último y más famoso de ellos, Rudolf Hess, decidió suicidarse y acortar así brevemente -ya era muy viejo- la Cadena Perpetua que le había caído, paradójicamente, por pedir la Paz: amigo íntimo de Hitler, quizás el único -le escribió, al dictado, el "Mein Kampf", y ya me diréis si eso no es una prueba de amistad- voló a Inglaterra sin avisar a sus compañeros, para intentar firmar un acuerdo de paz: Hitler, al ver que los ingleses no picaban, declaró que Hess estaba loco... corría un chiste por Alemania; en una celda de una cárcel, dos hombres se sinceraban: "Estoy aquí porque, hace dos años, dije que Hess estaba loco...""¡Pues yo, por decir anteayer que no lo estaba...!"

Spandau

Spandau es grandote, pero conserva un casco antiguo encantador, lo más parecido a un pueblo alemán que puede encontrarse cerca de Berlín: su mercado de Navidad es pequeño, pero muy bonito. hay un puerto fluvial, con graciosas esclusas, y junto a una de ellas, en la Casa de la Aduana, un restaurante donde comemos de muerte: tras una compleja explicación, que solo medio entiendo, me traen la versión alemana de los Raviolis -o, si nos ponemos más exóticos, de los Pelmeni siberianos o de los Gyozas chinos, algunas de mis cosas favoritas-, rellenos de carne y pera. Están deliciosos, regados con la cerveza berlinesa de Berlín...



Desde Spandau, y con el mismo billete del transporte urbano de Berlín, puedes coger un ferry que te conduce Wansee abajo: el lago es, de hecho, un gigantesco remanso del río Havel, y te ofrece una visión de dónde y cómo viven los berlineses ricos, en hermosas fincas rodeadas de arbolado, tanto villas antiguas como modernos edificios de diseño... cerca del embarcadero sur, el toquecito de mal rollo: la Haus am Wansee, la finca propiedad de las SS donde tuvo lugar la reunión donde se acordó generalizar y sistematizar la "Solución Final", el exterminio de toda la población judía de Europa. De hecho, una buena parte de las discusiones entre criminales de guerra se centraban en qué se dijo allí, quienes asistieron, quienes se fueron antes de que se tocase el tema, quienes se quedaron hasta el final... buena prueba de que eran conscientes de la monstruosidad que estaban ejecutando es el cuidado con el que ocultaron los documentos que les incriminaban, hasta el punto de que la mejor prueba fehaciente de que Hitler conocía el Holocausto -dejando a parte sus bravatas de bocazas- es, ni más ni menos que una intervención suya en favor de que no se le aplicase a un determinado ciudadano judío... como Al Capone, trincado por defraudar a Hacienda...



Dejando aparte esa terrible losa que pesará siempre sobre el Wansee, justo es admitir que el paisaje es muy bonito, y el paseo un agradable intervalo náutico en un recorrido excesivamente terrestre.Ahora, desembarcamos y, muy cerca. el puente de Glienicke nos conducirá hasta Potsdam.

Glienicke Brucke conserva ese halo gris y turbio de las películas sobre la Guerra Fría, y por buen motivo: frontera entre la Zona Occidental de Berlín y el territorio de la República Democrática Alemana, era frecuentemente elegido para los canjes de espías; imaginamos la escena, tantas veces vista: los dos grupos que se acercan, envueltos en la bruma; gabardinas (Burberrys?) los occidentales, abrigos hasta el suelo cortados a serrucho los soviéticos... se adelanta un grupito por cada uno y, en medio, el agente de la CIA y su colega del KGB... se identifican... ¿Joe, eres tú...? ¿Sergei...estás bien...? los dos se cruzan en tierra de nadie, sin mirarse -o mirándose de reojo, como se miran los espías-, y se reunen con los suyos, entre palmaditas los occidentales, un poco más tiesos los soviéticos... "Vas a tener que explicar muchas cosas, Sergei... de momento, adiós a la prima de productividad..."



Ya estamos en Potsdam y, justamente, lo primero que encontramos es Cecilienhof: ante nuestra sorpresa, es una casa de campo inglesa, regalo de un Kaiser a su esposa, una hija de la emperatriz Victoria de Inglaterra: bajo sus techos inclinados, a primeros de julio de 1945, con las ruinas de Berlín aún humeando, como el que dice, se reunieron los Líderes de los Aliados, aunque en lugar de Roosevelt, recientemente fallecido, por los Estados Unidos estaba Truman, que difícilmente podía ser considerado líder de nada... Allí Stalin, que tenía detrás, literalmente, varios miles de tanques con los depósitos llenos, consiguió prácticamente todo lo que quería, aunque tuvo que vender a los pobres comunistas griegos, y permitir que los ingleses los asesinasen en masa, en nombre del buen Rey Pablo, abuelo del nuestro actual... los griegos suelen tener mala suerte en territorio alemán, todo hay que decirlo...


Pasados los deliciosos jardines de Cecilienhof, recorremos las calles de Potsdam, que conservan un cierto aire... holandés, debido a los muchos artesanos de dicho origen que allí se establecieron. Pero nuestros pasos nos conducen a un nuevo lugar, evocador de una de las grandes figuras de la Historia de Prusia: el Palacio de Sans Souci, y Federico Segundo.




Federico fue un personaje singular: de entrada, era gay, y el cabrón de su padre, el homófobo Federico Primero, el Rey Sargento, ordenó que decapitasen a su pareja delante suyo, acusándolos a ambos de traición, por intentar fugarse juntos a Inglaterra, a ver si al niño se le quitaban esas aficiones... él no lo perdonó jamás, se casó, e intentó disimular... pero más bien poco porque, de entrada, prohibió a su esposa que pusiese los pies en su palacio favorito, Sans Souci "Sin preocupaciones", en Francés.. "Y sin mujeres", añadían sus malvados súbditos... allí creó una corte ilustrada -era amigo de Voltaire, nada menos...-, y se dedicó, a parte de gobernar razonablemente bien su reino y a ganar guerras con su hábil reorganización militar, a fomentar las artes y las letras -y aún la música, tuvo amistad con el propio Bach... poco, poquísimo piadoso -por no decir ateo, aunque, como masón, sería más bien teísta, digo yo-, encargó que, al morir, lo enterrasen en el jardín del palacio, junto con sus perros, sus caballos y -al parecer- su primer novio, voluntad que el meapilas de su sobrino y sucesor contrarió. Hasta 1991 no se cumplió su voluntad, y allí pude inclinarme ante su tumba, identificada con una única inscripción: "Friedrich der Gross", el Grande..., qué menos para el Rey Filósofo.


Federico, entre perros y caballos...


Junto al palacio de Sans Souci, con sus aspecto de tarta de nata y limón, un molino de viento: de allí procede la deliciosa historia del Molinero de Sans Souci; tan bien relatada por Bertold Brecht: el rey pretendía hacer derribar el molino, que le fastidiaba, por las vistas o por el ruido, ya no recuerdo bien: el molinero lo llevó a juicio, ¡y ganó!, haciéndole exclamar: "¡Aún quedan jueces en Prusia...!" Para los que muchas veces generalizan sobre el viejo estado prusiano, padre de Alemania, bueno es recordar que ya funcionaba como Estado de Derecho en tan temprana época, antes de la Revolución Francesa... cuántas veces, ante esos espectáculos edificantes de prohombres entrando en el coche camuflado de la Guardia Civil con una mano en la coronilla, para que no se den con la portezuela,  que ahora pretenden ocultarnos, repito para mí mismo... "¡Aún quedan jueces en Prusia!"



Dejemos al Havel, cruzado ya Potsdam, buscar el Elba, al que he visto lamer las piedras mártires de Dresden, y fluir hacia el mar en Hamburgo... ¡queda mucho que ver en Berlín...!









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