martes, 2 de junio de 2015

Berlín: Am grünen Strand der Spree



Vaya por delante que siempre he estado en Berlín en Invierno: no he podido, por lo tanto, disfrutar de las “Verdes orillas del Spree”, que he visto nevadas, escarchadas o, simplemente, tiesas de un frío pelón: pero en una ciudad con río, hay que aprovecharlo, y dejarte llevar por sus aguas como eje de una visita, aunque sea parcial, a sus orillas…

El Spree es un río manso, de llanura, no demasiado ancho ni caudaloso, según los estándares centroeuropeos, pero de los que no vemos en esta seca Península de nuestros pecados: entra en Berlín por el Sur, después de cruzar la Spreewald, un denso bosque, escenario de los últimos choques entre las vanguardias soviéticas y los defensores a ultranza -me gusta la expresión francesa, “Jusq’auboutistes”- del régimen nazi, y donde aún se encuentran, de vez en cuando, los esqueletos calcinados de vehículos de combate y los restos insepultos de sus tripulantes. Se embolsa en el Gross Mügelsee, que es, desde luego, un lago muy grande, rodeado de las casitas donde veraneaban los proletarios de la República Democrática Alemana, y  pasa luego por Köpenik, el pueblo del famoso Capitán, un sastre que se hizo pasar por mando militar, aprovechándose del innato respeto hacia los uniformes de sus conciudadanos y consiguió así resolver un problemilla que tenía con las autoridades municipales. Köpenik está ya dentro de la aglomeración metropolitana de Berlín, y se ve algún puerto fluvial, con los modestos yates de la nueva burguesía oriental, rodeados por los miles y miles de parcelas con casitas de madera, donde los berlineses orientales, al igual que mis amigos boltañeses en sus huertos, mitad productivos, mitad deportivos, pasan el finde cultivando cuatro patatas, seis coles, pepinillos para conservar en vinagre y, en verano, fresas, frambuesas y arándanos.


Blanca en Gross Mügelsee

Dentro del Berlín propiamente dicho, ya corre paralelo a él, por el sudoeste, el Landwehrkanal, el Canal de la Guardia Territorial, del que luego hablaremos; entre uno y otro, el barrio de Kreuzberg: ya tiene narices que sea el barrio de la Montaña de la Cruz el más musulmán y otomano que pueda encontrarse al Oeste de la Turquía europea… la emigración ha echado allí sus raíces, y no solo la turca, como nos explica la simpática bibliotecaria de su activísimo Centro Cívico: fue también refugio de hugonotes franceses, de españoles e italianos, y hoy de polacos y exsoviéticos en general… pero son, sin duda, los turcos quienes marcan su carácter: en todos los lavabos encuentras el grifito y la rejilla para las abluciones anales postuso, y en las calles florecen los kebabs; no os perdáis los escaparates de las tiendas de moda: todos los maniquíes femeninos llevan un artístico pañuelo en la cabeza. También pueden admirarse los disfraces de almirante otomano -con turbante, capa y alfanje- con que visten a los niños para la ceremonia de la Circuncisión, ni más ni menos que el uniforme de marinerito que lucí para mi Primera Comunión, que superé, afortunadamente, con todos mis colgajos de piel en su sitio; al parecer, gracias a San Pablo, que no consideró necesario que los nuevos Cristianos prescindiesen de su prepucio. ¡Loor a él!.







Ya hemos pasado Kreuzberg, y el Spree entra en Mitte, el centro histórico, el corazón de la ciudad: allí se asoma al río el Nikolaiviertel: debe su exótico nombre, “Barrio de Nicolás”, al Zar de todas las Rusias, aliado de los prusianos contra Napoleón, que se asentó por allí en su visita a Berlín, después de zurrar al Corso en la Batalla de las Naciones, en Leipzig: Nikolai era un barrio de casitas bajas, tejados inclinados y calles estrechas, y así ha sido reconstruido después de los bombardeos, siendo lo más parecido a un Casco Antiguo dentro de Berlín: se conserva el Nüssbaum, el Nogal, el bar más antiguo de la localidad, tiendas “bonitas” -de cosas poco útiles, pero interesantes, incluyendo una increíble de osos, el tótem que compartimos Berlín y yo- y unos cuantos restaurantes sumamente agradables, donde suelo ofrecerme el homenaje de un importante Eisbein -el codillo de cerdo hervido y conservado en sal-, acompañado por coles, patatas y mostazas diversas.


Zum Nüssbaum, el bar más antiguo de Berlín

Eisbein, hummmm!


En la Iglesia de Nikolai, transformada en sala de exposiciones, pude visitar una, sumamente reveladora de lo que había sido la Transición del Socialismo Realmente Existente al Capitalismo No Menos Real: reflejaba la vida de una población cercana a Berlín -oriental, por supuesto- donde existían unos importantísimos Altos Hornos, que abastecían no solo a la industria germanooriental, sino también a los restantes países socialistas y a la propia Unión Soviética, dentro del Mercado Común que tenían establecido, el CAEM: la Alemania Oriental, dentro del bloque socialista, era una pequeña potencia industrial, y los propios alemanes se reían del comercio con la Unión Soviética, a la que llamaban “Nuestra Neocolonia”, ya que les compraba sus productos industriales a cambio de materias primas. También había en la pequeña ciudad una base de las Fuerzas Aéreas germanoorientales, que generaba no pocos puestos de trabajo.

Con la Reunificación, el efecto fue inmediato: un organismo estatal -del Estado Federal- saldó todas las empresas orientales, de titularidad pública, y las adjudicó a grandes conglomerados industriales occidentales, que, inmediatamente… las cerraron, declarándolas obsoletas, y sin la menor intención de reconvertirlas. Exactamente lo mismo pasó con las Fuerzas Aéreas; sólo conservaron los Mig-29, porque eran netamente superiores a sus equivalentes occidentales… pero para vendérselos a los yanquis, para aprender de su tecnología: el resto, al vertedero… o a ejércitos del Tercer Mundo: muchos equipamientos militares de la DDR acabaron en manos de unos y otros, en los Balcanes… Resultado: de una orgullosa ciudad de proletarios, a un club de la Tercera Edad prematura, llena de prejubilados, subsidiados y, simplemente, pobres. Eso sí, con BMW’s de quinta mano por todas partes…

Pasado Nikolaiviertel, tuve aún tiempo, en mi primera visita, de contemplar el Palast der Republik: un edificio moderno, de cristal ahumado y aluminio anodizado, de estética comentable -más que discutible- sede de algunas dependencias oficiales de la República Democrática Alemana y, además, lugar donde se celebraban convenciones, actos públicos, exposiciones, bodas (civiles, por supuesto)… se encontraba cerrado y en obras, al parecer por asbestosis: así había visto yo también el Berlaymont de Bruselas, pero en este caso sospeché que la cosa no  iba por ahí…

Palast der Republik... ¡Ojo, ya no existe...!


En la segunda visita pude confirmar mis temores: el Palast había sido demolido, recuperando el espacio donde, en su día, se alzaba el Palacio Imperial de los Hohenzollern… pero peor fue enterarme, en la tercera, de que el Gobierno Federal se proponía reconstruir el viejo palacio, un pastiche neoclásico infumable, que costará un Congo… doña Angela, a veces, parece también vivir por encima de sus posibilidades, la muy j….

Justamente en frente, al otro lado de la Prenzauesberg Allee, en los bajos de un moderno bloque, se encuentra el Museo de la antigua República Democrática Alemana: alterna elementos de terror -la reproducción de las celdas y las salas de interrogatorios de la Policía Secreta, la Stasi, muy similares a los que usaban sus colegas nacional-católicos de aquí, por cierto, y supongo que bastante en la línea de los que emplean los adalides de la Democracia en Guantánamo- con otros involuntariamente cómicos, como la descripción del Servicio Militar, que se parece a la de todos los servicios militares del Mundo, ni más ni menos… también llaman la atención las reproducciones de interiores domésticos, que demuestran por qué la DDR nunca ganó ninguna medalla olímpica en Interiorismo, pero tampoco difieren demasiado de las casas pequeñoburguesas españolas de los sesenta, con sus eskais y sus horribles papeles pintados… y en cuanto a los Telediarios…una mezcla del No-Do, Urdaci, Telemadrid y las entrevistas de Mónica Terribes a Artur Mas, nada tampoco que no nos resulte familiar… salgo de allí silbando el viejo himno de la DDR, mucho más bonito que la mayoría de los que conozco, y con una letra bellísima… “Levantándonos entre las ruinas, y mirando de frente el Futuro…” ¡Ay, DDR…! “Kleine, aber meine”…”Pequeña, pero mía”, decían los pocos ciudadanos que optaban por quedarse dentro…

El Trullo

¡Yo no he sido...!

Solo falta, en la Tele, Jesús Álvarez...



Queda mucho Spree por delante, lo dejo para la próxima entrega…



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