jueves, 27 de octubre de 2016

Hay muchas Luandas...

Luanda te atrapa, te gusta o te acojona, o las dos cosas a la vez... pero, ¿de qué Luanda estamos hablando?



Al borde de una bellísima bahía, separada del mar por una "Isla" que es, en realidad, una larguísima península, una barra de pocas decenas de metros de anchura, nació una apacible ciudad colonial portuguesa, doblemente apacible, por lo tanto; al pie de su fortaleza se fueron construyendo edificios más o menos inspirados en los de la Metrópolis, con gran lujo de azulejos y algún toquecillo de chantilly, tipo "Falcon Crest": por sus aceras debían circular bizarros militares, damas con sombrilla, comerciantes de blancos trajes de lino, y alegres negritos que servían, felices y confiados, a unos y otros, muy contentos de no haber sido seleccionados para su venta como esclavos al otro lado del Océano.


A mediados de los años Sesenta, una generación de arquitectos portugueses, que sesteaban bajo el peso agobiante del fascioclericalismo del "Estado Novo", vieron la oportunidad de marcharse a Angola, y crear allí todo un estilo arquitectónico distinto, al que llamaron "Moderno tropical"; arquitectura de la que me gusta a mí, ya me entendéis, bebida en las fuentes de la Bauhaus y de Le Corbusier -y, si, también de Sert-, líneas limpias, sin concesiones al ego del artista, al servicio del usuario, casas con soportales -o llueve, o hace sol-, de fácil mantenimiento, bajo consumo energéticos, barrios integrados, urbanismo razonable, calles caminables...



Llegaron las guerras; la guerra descolonizadora y, después, una larga, interminable, guerra civil a tres bandas... Luanda, tras los primeros sustos -la salvaron "in extremis" los internacionalistas cubanos- permaneció más o menos tranquila, en manos del MPLA -los "rojos", para entendernos-; pero las provincias se despoblaron; la gente huía de las tropelías de unos y otros, de las minas, del hambre... Luanda multiplicó por diez su población: de los quinientos mil a los cinco millones de habitantes; toda esa gente llegaba con lo puesto, o menos; construyeron chabolas con lo que buenamente encontraron: bloques de hormigón -los espabilados- chapa metálica, madera, cartones... nacieron monstruosos "barrios" o "museques": llevo vistos unos cuantos; desde la Kibera de Nairobi a las Villas de Buenos Aires, y aún guardo muy fresco el recuerdo de los que vi en la Barcelona de mi juventud: el Somorrostro, "La Perona", Francisco Alegre... hay una geografía, una Topografía de la Miseria, que cubre el Planeta, desde los Slums de la India a las Favelas brasileñas... los museques quedarían en un buen lugar en una hipotética competición entre ellos organizada por algún sádico...



Por fin, se hizo la paz, y el precio del barril de petróleo se disparó; empezó a afluir el dinero, mucho dinero... Luanda, literalmente, se vino arriba: empezó a crecer en vertical, rascacielos tras rascacielos, cristal y cemento, cemento y cristal... vías rápidas se llenaban de coches carísimos de los ricos, y de coches hechos polvo de los pobres... la fachada de la bahía, ya de por sí hermosa, se transformó en el escaparate de una ciudad con skyline... llegaron los chinos, miles y miles -son muchos-, a construir...



Hace dos años, el barril empezó a caer de precio; las grúas se pararon, dejando tras de sí un panorama de esqueletos de hormigón; la sombra del Pocero planea sobre Luanda...



Todas esas Luandas están allí, una junto a la otra, una encima de la otra: al lado de bellos edificios coloniales, en estados de conservación que oscilan entre lo correcto y lo lamentable, crece un rascacielos manhattaniano, rodeado de casitas de uno o dos pisos, en calles sin aceras, o con aceras de tierra, que bajo la lluvia serán barro... desde ellas, se ve el vecino museque, donde toneladas de basura dan un toque multicolor, confetti en la lejanía, mierda pura en la corta distancia... el Moderno Colonial sobrevive aquí y allá, donde no ha sido demolido por la especulación, o donde no se ha caído por la incuria... millones de coches recorren sus autopistas urbanas, o se amontonan, inmóviles en ellas, en uno de sus famosos "engarrafamentos", embotellamientos... el transporte público está en manos de los "candongueiros·, destartaladas furgonetas, generalmente Toyotas, pintadas de blanco y azul, frecuentemente con los cristales de las ventanillas, rotos los originales, sustituidos por cartones o plásticos, donde se amontonan una veintena de viajeros, que comparten más o menos la misma dirección, aunque, generalmente, tendrán que andar aún varios kilómetros hasta llegar a su destino...

Nuestros hijos viven en otra Luanda; de hecho, ni siquiera están en Luanda; los móviles nos indican que estamos en el vecino municipio de Belas; su barrio se llama Talatona; nos dicen que es el Sant Cugat de Luanda , los barceloneses ya me entenderéis. Con un toque de Santaco, añado yo, siempre tan cabrón... calles amplias, bloques de viviendas de calidad, colegios privados, restaurantes, centros comerciales... en medio, algunas casitas modestas, un paso por encima del museque, con bares populares, alguna lavandería... Y condominios.



Nuestros hijos, y todo el que puede, viven en un condominio. Un condominio es un no-lugar, donde se vive en un no-tiempo. Los aísla una muralla, rematada por concertinas rollo Melilla, con agentes de seguridad armados con fusiles de asalto -en el nuestro, para mi decepción, sólo con porras-, barrera tipo frontera pre-Schengen, llave electrónica, mirada escrutadora... dentro, el lujo no está tanto en los materiales de las viviendas -correctos, sin  más- sino en el espacio; muchos metros cuadrados de intimidad, con aire acondicionado y breve jardincito, en todos hay barbacoas... Frente a cada casa, uno, dos o tres todoterrenos, de bastantes decenas de miles de euros cada uno, mucho más caros allí, pero imprescindibles: sin coche, eres un inválido, o como se diga ahora en forma políticamente correcta. El condominio es claramente unirracial; lo habitan personas de raza rica, aunque de diversos colores de piel;  tiene un depósito propio de agua, que se carga con un líquido casi potable -puede usarse, por ejemplo, para cepillarse los dientes; para usos más conflictivos, mejor la embotellada, que puede valer hasta tres euros el litro y medio-, tiene también jardineros, armados con sus catanas -machetes-, generador eléctrico propio -los cortes de fluido eléctrico no pasan de los dos o tres minutos; en la ciudad, pueden llegar a los quince días...- y, al caer la tarde, recorre sus calles un Land Rover con dos extrañas toberas en su parte trasera, que expelen una humareda blanquecina: fumigan para evitar la aparición de mosquitos. Tiene zona deportiva, con un gimnasio para quien esté dispuesto a hacer máquinas a treinta grados y 100% de humedad, una sala polivalente -vemos un cumpleaños de algún vecinito, inmensos pasteles de todos los colores, que en Angola arrasan, y cientos de personas cantando "Parabens"- una cancha de basquet, y una piscina. La piscina abrirá a las doce del mediodía del último día de nuestra estancia en Angola, después de inacabables tareas de mantenimiento, a cargo de un, al parecer, poco eficiente, pero numeroso, grupo de operarios que realizan su trabajo metidos en el agua con su ropa de calle; podremos aprovecharla para darnos un par de baños, acompañados de unos negritos ricos y bulliciosos, vigilados por sus chachas filipinas. "Tres Mundos", resume Blanca.

Del condominio, ya os decía, o se sale en coche, o no se sale. De día, aún, veo algunos "runners"; pero de noche... una noche nos aventuramos a salir al supermercado situado bajo la piscina del condominio: setenta u ochenta metros en el espacio exterior y, por lo tanto, hostil; casi me mato, metiendo el pie en un hoyo de la acera sin iluminación, con coches pasando a cien por hora a pocos metros... luego, en el super, choco con la puerta de cristal, que no es de apertura automática, tal y como estoy acostumbrado, mal acostumbrado... el segurata se parte el pecho de risa, y el AK47 salta sobre sus costillas... creo que ver un blanco tan gilipollas le ha alegrado el día.

Hay muchas más Luandas, ya iré contando...




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