martes, 17 de julio de 2018

Zum Rhein, zum Rhein, zum deutsches Rhein....!

No lo puedo evitar... el mar me gusta, para un ratito, pero soy animal de río...







Y en este viaje tenía un objetivo claro: ver el Rhin. Era una vergüenza no haberme asomado aún a esa gran arteria europea... de hecho, lo había cruzado una vez, hace cuatro años, pero antes de entrar en el Lago de Constanza.. el Rhin, y eso si que es original, lo atraviesa... por donde lo ví estaba canalizado y, la verdad, no me causó más impresión que el Canal de Monegros... una cequia grande, y ya está...

El Rhin no es sólo un río, ningún río lo es: ha sido también un sujeto pasivo de la Historia europea, motivo de disputa entre los herederos de Carlomagno, ese gran abuelo de Occidente, inspirador de todos los grandes estadistas europeos, de Macron a Junkers, de Puigdemont a Merkel... en sus orillas se han librado guerras cruentas e inútiles, pero en ningún lugar como Alemania ha jugado el Rhein un papel de galvanizador de conciencias nacionales... Die Wacht am Rhein, la Guardia del Rhin, que llama, con esos versos con los que encabezo esto, a defender el Rhin, "Tan alemán como nuestros pechos", es la canción patriótica que cantan los elegantes oficiales alemanes en la Taberna de Ricky, una canción nazi... de 1840... a la que, siguiendo la iniciativa del -ligeramente cocu- marido de Ingrid Bergman, contestan los franceses con su vibrante Marsellaise... bautizada por su creador como "Cántico de guerra para el Ejército del Rhin"... ¿Lo vais pillando...?



Para el que diga que la Unión Europea no ha servido para nada -¡vaya par de h... se merece!-, baste con recordarle cómo suenan anticuadas estas historias, ahora que pasas de Francia a Alemania sin más requisito que recordar las distintas velocidades máximas en Autobahnnen y Autorroutes, y cuando lo primero que encuentras en tierras francesas no es un fortín de la Línea Maginot, sino el parking de un Éclair... y eso, en una generación apenas... yo conocí a un francés de Alsacia, apellidado Kaufmann, que se jactaba de que su padre, en 1944, había bombardeado Alemania... "En un bombardero americano, ¿no?..." le pregunté: "Si, eso si..." me contestó...

Por eso me dirigía, feliz y tranquilo, por carreteras secundarias, llenas de obras -toda Alemania está en obras: parece que los socialistas, en la Gran Coalición, han convencido a la Merkel para que se ponga a gastar dinero como si fuese española...- hacia el Rhin que, más tranquilo aún que yo, brillaba allí abajo, en una mañana de un sol más propio de los  PIGS que de la severa Germania... mi destino era Bacharach, cuyo nombre me recordaba al compositor de una de mis canciones favoritas, "Raindrops keep fallin'on my head", pueblo del que nada sabía hasta que, pocos días antes, descubrí que un benemérito bloguero lo recomendaba como el más bonito del Rhin Romántico.






No sé si es el más bonito, pero, desde luego, Bacharach es un pueblo bonito: casas de entramado de madera -la Fachwerkhaus, omnipresente- perfectamente conservadas, limpias, llenas de flores, bajo la empinada colina que corona un castillo y, al lado, laderas cubiertas de viñas, que dan un vino blanco tremendamente agradable, responsable de que, durante estos días, le haya sido un poco infiel a la cerveza... por sus estrechas calles, inevitablemente, turistas... entre ellos, un autocar entero de españoles; nos saludamos, y nos hacemos los típicos favores de turistas; intercambiar folletos, y hacernos mutuamente fotos con el móvil de los otros, pensando que un paisano nunca va a echar a correr con mi Samsung de gama tirando a baja en la mano... ni siquiera nos preguntamos de dónde venimos -cosa que, últimamente, agradeces-, nos basta con reconocer acentos peninsulares... y si son latinoamericanos, igual da, paisanos también; eso, en cuanto estás en tierras de una lengua extraña, queda muy claro...

Allí, junto al Rhin, me dirijo a la caseta de los tíckets de los cruceros, y pregunto si es posible hacer un pequeño recorrido, para ver la Lorelei y volver, en un tiempo razonable... descubro que mi titubeante Alemán ha llegado ya al nivel de poder formular preguntas relativamente complejas, e incluso entender las respuestas... si, por supuesto... ¿somos mayores de sesenta años? sí... pues billete de "Senioren"... sale en un cuarto de hora...

He comprado un hin und zurück, un ida y vuelta,  hasta Sankt Goarhausen, el primer pueblo pasada la Lorelei... ¿Y qué es la Lorelei...? vamos a ver: el Rhin Romántico es el tramo del Rhin que corre relativamente encajonado entre laderas rocosas, coronadas por castillos y viñedos, y su punto más estrecho y -en su momento- peligroso, lo marca la Roca Lorelei, un promontorio de 120 metros sobre el nivel del río... cuentan las leyendas heretopatriarcales que en su cumbre habitaba una hermosa y rubia doncella, que peinaba su melena con peine de oro -¿os suena a las encantarias, las dones d'aigua, las lamiak...? y que distraían a los incautos navegantes con sus bellas canciones, hasta el punto de hacerles perder el rumbo, encallar en las rocas, y ahogarse... curiosa esa tendencia de los varones a echarle la culpa a las señoras si se afogan, que, desde la Odisea, ha llegado hasta "Titanic"... el poeta Henie compuso una "Lorelei" que, al parecer, se aprenden todos los muchachos alemanes en el Instituto que, por cierto, allí se llama Gymnasium... cuando yo estudiaba en el Gymnasium, me aprendí muchos poemas de memoria, en Español y en Francés; ahora no tengo ni idea de si se aprenden alguno, pero, por lo menos, sabrán buscarlos en el gúgel, que es lo que hago yo con la Lorelai de Heine...





Y viene eso a cuento porque, cuando después de pasar de pueblo en pueblo a bordo de nuestro, crucero, llegamos ante la Roca Lorelei, el barco toca la sirena, y por los altavoces recitan los versos de Heine: "Ich weiss nicht, was soll es bedeuten, das ich so Traurig bin...." "No tengo ni idea de por qué estoy tan triste..." insisto en que los he bajado del gúgel, entre el ruido del motor, que estoy medio sordo, y que era en Alemán, supongo que eran los versos de Heine, no un anuncio... pero esas cosas siempre impresionan... más que la roca en sí, que tampoco me pareció tan terrible... de noche, en invierno y en una barquita de remos, no digo yo que no, pero en aquel peazo de crucero, rodeado de japoneses haciéndose selfies, el dramatismo de la situación era mínimo, y no entendías por qué Heine se lo tomaba tan a pecho...

De Sankt Goarhausen guardamos un recuerdo curioso: por variar, es un pueblo bonito, al pie de un castillo, con casa de entramado de madera... hace, eso sí, un calor bético, como si estuviese bañado por el Guadalquivir, en vez de por el Rhin... entramos en un restaurante que nos parece agradable, y descubrimos que está regentado por una señora de origen desconocido, que comparte el local con un descomunal conejo, un Kaninchen, que roe filosóficamente alguna porquería apalancado en un sofá de cuero... la señora debe ser australiana, si no, no se comprende por qué ofrece -eso sí, por encargo- filete de cola de canguro... el restaurante está decorado a la antigua, y destacan, en una pared, enaguas, sujetadores y bragas absolutamente vintages, y de talla apta para el Kaninchen... comemos regular -pido una bruscetta, que nunca había probado, y que no me entusiasma- pero bebemos un vino extraordinario... al despedirnos, le pido permiso para hacerle una foto a su Kaninchen, a lo que no pone ningún obstáculo, pero el bicho ha abandonado el sofá y se ha refugiado vaya usted a saber dónde...



De vuelta al crucero, desnavegamos lo navegado: una vez más el barco saluda a die Lorelei con su sirena y los versos de Heine... hace tal calor que nos refugiamos en las sombras de la estructura... el Rhin, perezoso bajo el calorazo, centellea... en los bajos de rocas -esos si, bastante peligrosos- veo bañistas, con bañador, -Alemania es famosa por su culto al nudismo: anda por ahí incluso una foto de Doña Angela en dicha guisa, de jovencita- ... el Rhin sigue haciendo honor a su fama de arteria comercial; cruzamos gigantescas gabarras, con cargas de lo más variado: banderas belgas, holandesas, suizas... todas las gabarras llevan a bordo un coche, de gama alta, o muy alta, supongo que al servicio del capitán, aunque no descarto que también sea una mercancía... por las vías de ferrocarril, en ambas orillas, cruzan también constantemente trenes de mercancías, larguísimos, con dos locomotoras... por tierra o por agua, el Rhin sigue conectando tierras y gentes, en paz, bajo un sol de justicia, que arranca brillos de sus aguas no excesivamente turbias... sigue así, sigue así muchos
años...








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