viernes, 13 de julio de 2018

Im Schwarzwald...

Un sitio que tenía ganas de conocer... y no defrauda...

Cuando pensaba en la Selva Negra, siempre me trasladaba a bastantes kilómetros más arriba, a la Selva de Teoteburg... allí sufrió Roma su más rotunda derrota militar; los bárbaros, capitaneados por Arminio -por cierto, antiguo aliado de los romanos- destruyeron dos legiones enteritas, dos... me imaginaba con qué terror entrarían los legionarios romanos, gente de campo abierto, olivos y cipreses, en aquellas húmedas y lóbregas bóvedas de vegetación, donde el sol no entra ni por casualidad... entre ellos habría, seguro, muchos iberos, que serían los más acongojados... "¡Tío, qué bosque...! ¡no se ve ni p'a jurar...!" ¿no te da yuyu...?"



Iba pensando en esos pobres paisanos -todos los latinos somos paisanos, y aquí te das más cuenta aún...- mientras subía a la Selva Negra desde Freiburg: entre Colmar y Freiburg habrá como tres cuartos de hora, y con eso ya has cruzado la fosa tectónica por cuyo fondo corre el Rhin, y has pasado de los Vosgos a la Schwarzwald, las montañas boscosas -montañitas, no exageremos, su máxima altura, el Feldberg, tendrá unos 1.700 metros- que recorrería durante tres días... hay un buen par de curvas de bastante más de 200 grados, y un paso -el Salto del Ciervo- estrecho, incluso para estándares pirenáicos: pero enseguida estás en las altas llanuras, rotas por incontables valles y lagos -lagos morrénicos, aclaran los carteles- que, cubiertas de bosque, forman la Schwarzwald.

Nuestro primer destino era Feldberg, el pueblo, no el monte: pueblo formado por barrios de casas dispersas, con nombres de lo más montañés -Halcón, Valle de los Osos...-, donde lo más parecido a un núcleo será el conjunto de casitas en torno a la iglesia (no sé si católica u
o protestante) y una gasolinera... nos dirigimos a la que será nuestra casa durante tres días: la Landgästehaus Gemsennest.



Nos gusta alojarnos en estas casas, lo más parecido a nuestro turismo rural: huyes de las ciudades -todas, en el fondo, parecidas-, estás en contacto con la Naturaleza, y, lo que es más importante, con la población local: en este caso, la pareja que regenta la casa son extremadamente amables, y hacen nuestra estancia aún más placentera... eso compensa las instalaciones, algo pasadas de moda, pero, eso sí, con todo el confort necesario... "Gemsennest" quiere decir "nido de sarrios", y la fachada está decorada con un nido donde, de unos blancos huevos, están naciendo rebecos... "panteón de sarrios" podría ser el nombre más adecuado, ya que su comedor está decorado con decenas de cuernas de sarrios, corzos y ciervos, una marmota y un urogallo disecados... está visto que el Sepronen, o como se llamé allí, hace la vista gorda... curiosamente, no hay ningún trofeo de jabalí... de todas formas. ya sabemos cual es el deporte favorito local, cosa que tampoco me sorprende especialmente...

Reservamos la primera visita para el Feldberg propiamente dicho: la cima del monte más alto de la Selva Negra, a donde nos lleva un corto viaje de teleférico. La cumbre es de esos sitios que tanto me gustan, desde los que, "en días buenos" se ve medio Mundo... de acuerdo con la mesa de observación, desde allí se dominan casi todos los Alpes, desde el Montblanc, según se mira a la derecha, hasta el Zugspitze, el pico más alto de Alemania, a la izquierda... me quemo las pestañas mirando hacia el horizonte brumoso... nada... hay, eso sí, una muy buena vista de los valles más próximos, un mosaico de praderas y bosque, mucho bosque... bajamos paseando agradablemente, entre cientos de mariposas y plantas alpinas...





Y del Feldberg, al lago Titisee... en torno a los lagos se concentra la actividad turística, más presente aún en las primeras horas de la interminable tarde de un Domingo: recorren el lago multitud de barquitas -tomaremos un minicrucero para dar un paseo-, que van esquivando a los nadadores... el agua parece limpia, y no debe estar demasiado fría... de todas maneras, no soy muy aficionado a nadar en lagos o pantanos, de suelo ligeramente barroso, o con vegetación pudriéndose en el fondo, soy animal de gorga, de aguas limpias, transparentes y corrientes y, a ser posible, con fondo de piedra... uno tiene sus manías, qué le vamos a hacer...







A orillas del lago, casoplones imponentes, con sus embarcaderos... Blanca comenta que ya sabe ahora donde se ruedan esas películas alemanas de las tardes de los sábados y domingos, que tan buenas siestas proporcionan... la última tarde en la Selva Negra la dedicaremos a otro lago más grande, el Schluchsee... allí volvemos a encontrar ese típico paisaje alemán, el de las maquetas de los trenes Märklin: no le falta un detalle; casitas con buhardillas, laguito, barquitos, césped, mucho césped... y, por supuesto, trenes, muchos trenes... también tienen AVES, aunque les llaman ICE, pero han conservado los demás, todos nuevos, de colores distintos, o larguísimos trenes de mercancías... incluso vi pasar un convoy de antiguos vagones de pasajeros, tipo años treinta, ligeramente siniestro... a los niños ibéricos, que, como mucho, aspirábamos al Tren Payá, esos paisajes no dejan de despertarnos nostalgias de escaparates iluminados, poco antes de Reyes...



Visitamos también Triberg, uno de los pueblos más turísticos de la Selva Negra; allí pagamos tributo a los tópicos: la casa de los 100 relojes de cuco, y el reloj de cuco gigante, por cuya ventanita podría salir, holgadamente, un avestruz... los conjuntos de pantalón de cuero, camisa a cuadros, calcetines altos, zapatones abrochados al lado y sombrero, iban al sorprendente precio de 199 oiros... la tentación de llegar a Barcelona disfrazado del Tío Aquiles era grande pero, sinceramente, unos pantalones de cuero, por cortitos que sean, me parecen incompatibles con nuestro clima, so pena de desarrollar intensas floraciones de hongos donde menos falta hacen,,, también en Triberg está la cascada más alta de Alemania: es bonito, sobre todo, el paraje, pero lo han fastidiado un poco con caminos, caminitos, pasarelas, pasarelitas, puentes... y, claro, cobrando, aunque sea poco, por entrar...





Recorrimos varias veces, arriba y abajo, las carreteras de la Selva Negra: se ve que el territorio está, pese a lo que pueda parecer, densamente poblado, y, además, sirve de paso entre distintas zonas vecinas: hay también un buen servicio de autobuses interurbanos, grandes bichos articulados que te encuentras en cualquier curva, incluso en carreteras estrechas...

Pero sin duda los momentos que más disfrutamos eran, al caer la tarde y llegar a nuestra Gästehaus, los largos paseos por sus alrededores... allí podías perderte en el bosque, que, aunque no lo parezca, está extensamente explotado. de hecho la mayoría de sus árboles son abetor y piceas de plantación... encontrábamos en la oscuridad de la densa vegetación un refugio de paz, alejados de todo, junto a románticos estanques, cuya superficie recorrían familias de fochas -papá focho, mamá focha, y cinco o seis fochitos...- oyendo los pájaros saltando de rama en rama... sabíamos que luego nos esperaba una cerveza, o una copa de buen vino blanco fresco, de los viñedos vecinos... cantaba yo... "Im grünen Wald, da dort die Drosel sing..." "Donde abetos y piceas se alzan en el borde del bosque, he vivido los más hermosos sueños de mi juventud"... aunque a mí me hayan pillado ya en plena Tercera Edad... hermosa Selva Negra...










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