miércoles, 18 de julio de 2018

De río a río...

... y tiro porque me lleva la corriente... ¿Ah, que no era así...?




Dedico una mañana a dos visitas fluviales: para empezar, volvemos al Rhin, pero no en su tramo romántico, o sí, en el sentido más movido del Romanticismo, en el de "Sturm und Drang", el Vendaval y el Empuje, aquella explosión de vitalidad tan querida por los románticos alemanes: hoy visitaremos el Rhin en su tramo más espectacular, las cataratas más importantes de Europa, la Rheinfall, en Scharfhausen, Suiza... pero muy cerca de la frontera alemana, y en lo que bien podríamos llamar el límite sur de la Selva Negra.

Me cuesta un buen rato encontrar Scharfhausen en el Gúgel Maps, hasta que caigo en la cuenta de que debe ser la "Scafusa" que aparece más o menos en el sitio donde yo busco la ciudad suiza... supongo que es la costumbre que tenemos los meridionales de traducir o cambiar los nombres germánicos de ciudad, que da origen a engendros como "Munich", que no es München, ni Mónaco di Bavaria, como lo llaman los italianos... ya en mi anterior viaje en coche me costó reconocer en Regensburg la Ratisbona ligada a dos personajes tan dispares como Don Juan de Austria... y el Papa Emérito Ratzinger... días atrás, Maguncia se escondía tras las señales de autopista que indicaban "Mainz", y me quedé con ganas de visitar Triers, la ciudad donde, ahora hace doscientos años, nació Karl Marx, al que todos dábamos por originario de Tréveris, pero la verdad es que una y otra me caían algo a trasmano... un placer adicional en los viajes por tierras germanas...

La Autobahn deja paso a una buena carretera, el paisaje apenas si cambia -o no cambia nada, vamos-, y sólo pasar por una pequeña ciudad llamada "Zoll", "Aduana", indica que dejamos Alemania y entramos en Suiza; en los dos puestos fronterizos tan sólo se adivina, tras los cristales, algún aburrido policía... luego sólo tendremos constancia del cambio de país en el color de los carteles indicadores, y en que los suizos han pintado carriles bici en sus arcenes... pienso lo que debía ser esta frontera en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando evadidos del nazismo intentaban cruzarlas para entrar en la poco acogedora, pero, por lo menos, no letal Suiza... mis imágenes de esta frontera estarán siempre ligados a Steve McQuinn intentando cruzarla en su moto, tras su Gran Evasión del Stalag Luft, el campo de pilotos aliados prisioneros de guerra... luego te enteras de que en los "Hechos reales" que dieron origen a la película no participó ningún piloto estadounidense, ni con guante de beisbol ni sin él, sólo ingleses, que el guión se modificó por conveniencias comerciales, y que las escenas de moto fueron iniciativa de McQuinn, gran motero, que quería lucir sus habilidades...

Pero en aquel momento me preocupa otro tema menor, pero no por ello menos estresante: ¿tendré que comprar la Vignette...? Los suizos obligan a comprar una pegatina para poder circular por sus autopistas, no por sus carreteras: la Vignette no es demasiado cara, pero fastidia pagar por todo un año cuando, como en este caso, voy a estar en Suiza un par de horas y, además, sus autopistas no están a la altura de su chocolate, su queso o su discreción financiera: abundan los tramos a 100 y 80 km/h, e incluso llegamos a ver un 60, en un túnel helicoidal... parece ser que no, que el tramo de unos dos kilómetros de autopista que deberemos recorrer está exento de Vignette, otra cosica es...

Nada más entrar en Scharfhausen una bastante cuidada señalización nos conduce directamente al parking -tampoco demasiado caro, en un país que es caro de narices- desde donde se accede a la maravilla natural: las Cataratas del Rhin.



Como cataratas, tampoco son tan impresionantes: veinte metros de desnivel: pero la cantidad de agua que baja por ellas las hacen dignas de contemplar: me comentan que esta Primavera, con el deshielo, han estado espectaculares, y aún está bajando mucha, mucha agua... el ruido es atronador, y una densa columna de agua pulverizada se eleva a bastante altura: el espectáculo acongoja... y lo más gracioso es que son unas cataratas urbanas; sobre ellas, a muy poca distancia, se ven casas de pisos, me imagino que con buen aislamiento sonoro... el efecto diurético es instantáneo, por suerte hay lavabos, muy limpios y gratuitos...

Hay una variada oferta de barquitos: unos te acercan al salto, y otros, para aventureros, te permiten acceder a las rocas que dividen en dos -o en tres- el salto principal... no me atrevo a montar en ninguno de ellos, con cierta decepción por parte de Blanca: el día es desapacible, nos vamos a poner perdidos de agua, no podré sacar fotos, si no me arriesgo a que se moje la cámara, y mi temprana formación como piragüista en manos de los amigos del Club Atlético Sobrarbe me enseñó a desconfiar muy mucho de los rebufos que se forman al pie de una cascada: si vulca la barquita, están todos bien jodidos... ¿para qué tentar a la suerte...?



Paseamos entre una densa marea de turistas: muchos, muchos ciudadanos de la Unión India: lo digo así, porque no son Indios -término ambiguo-, ni, necesariamente, hindúes, que es una religión... son señores y señoras muy morenos, ellas se parecen casi todas a Lola Flores... buena señal de que, al igual que en China, está surgiendo en la India una amplia clase media - ninguno tiene pintas de Maharajá, como mucho de probos oficinistas- con recursos suficientes para viajar, comprarse camisetas de la Selección Alemana -deben estar de oferta, después del fracaso de la Mannschaft- y comer algún Chicken Massala en el puesto de Indian Street Food que hay junto al embarcadero de los osados... bienvenidos al club, sahibs... observo que muchas señoras llevan pintado en la frente un lunar rojo, tengo que averiguar a qué casta pertenecen... porque la Constitución democrática abolió el sistema de castas, pero haberlas, háilas...

Subimos hasta los miradores superiores: hay una noria muy grande, que movía un molino, allá donde la caída es más gradual, casi unos rápidos... dicen que sólo las anguilas pueden remontar el cauce, por si acaso, una garza real vigila al borde de las rocas, esperando resolver su Früstück...



¡Ya vale de Rhin...! Desandamos en camino, volvemos a entrar en Alemania, y recorremos la poca distancia que nos separa de nuestro nuevo destino: Donauschingen, la Donau Quelle, la Fuente del Danubio...

Corremos ahora por tierras más llanas y menos boscosas, tierras de cereales y pueblos limpios y cuidados... no siempre fue así, por aquí nacieron linajes de caballeros folloneros y rapaces, los Furstemberg, los Hohenlohe... aunque en España los asociemos a la Jet Set de la Costa del Sol... justamente en Donaueschingen, en el cuidado jardín francés del palacio de los Furstemberg, nos espera la Fuente del Danubio. La Fuente Oficial, por decirlo así, porque hay otras...



Surge el Danubio -porque de una surgencia estamos hablando- en el centro de un laguito de pocos metros de diámetro: tendrá una profundidad de metro y pico, y un fondo recubierto de piedrecitas y de innumerables monedas que arrojan los turistas, sin un propósito determinado... ¿volver...? ¿que el Padre Danubio te conceda un deseo...? Por si las moscas, tiro cinco cent, tampoco hay que pasarse... del fondo de la surgencia crecen largos filamentos de algas, el verdete que se forma en la Gorga a finales de Septiembre... allí inicia el Donau, el Duna, el Danubio... un camino de 2.800 kilómetros, a través de diez países, hasta el lejano Mar Negro... ya lo he recorrido en cuatro de ellos, me faltan seis, no sé si llegaré a completar la colección, pero me gustaría conocer esa otra gran arteria de Europa, que ya he visitado de la mano de Claudio Magris...




Rodea el laguito una cuidada balaustrada neoclásica, y sobre ella se columpia un grupo escultórico... comparando fotos con mi madre, que lo visitó hace años, observamos ciertas diferencias; la cosa se aclara cuando me entero de que todo el conjunto fue remodelado hace seis años...



Justo encima de la Donau Quelle está en plena restauración una enorme iglesia barroca: entramos un momento: me gustan esas iglesias católicas alemanas, grandes, luminosas, limpias, de paredes blancas donde tanto destacan los retablos dorados y policromados: justo en la puerta, un San Antonio, mi Santo protector, que encuentro -¿o me encuentra? por todas partes... me siento y abro el libro de plegarias, en Alemán pero, ¡tan familiares...!, y resisto a la tentación de robarlo, el Malo está en todas partes... por un momento, mi alma de ateo católico se deja mecer por la calma del ambiente; Blanca, que no está por estos temas, salió muy rebotada de las monjas, se empieza a mover, nerviosa... ha llegado el momento de salir a la calle...


Hay poco más que ver en Donauschingen, como si el nacimiento del Danubio no fuese bastante; pero aún nos espera una agradable sorpresa: entramos en un Hoff, esas casas de pisos con un patio interior, como las corralas madrileñas: son muy abundantes en toda Alemania: en Berlín eran las viviendas de los obreros más pobres, "Miettenkasernen", "Cuarteles de alquiler", las llamaban... en el cuidado y ajardinado patio, hay un restaurante italiano: nos sentamos a la sombra -se ha arreglado el día, y vuelve a hacer calor-, y esperamos un cambio de dieta... sale un camarero, y nos dirige la palabra en Italiano... no he estudiado Italiano en mi vida, pero puedo hablarlo con cierta fluidez, tirando de mis recursos de latino militante... así, en Italiano, encargamos una comida italiana: pasta, cómo no, riquísima, en su punto perfecto de cocción, una salata muy rica -senza pomodoro-, un gelatto... nos despedimos del amable camarero... "Due piacere: mangiare bene, e parlare Italiano!", le digo... "Anche per me!"... me contesta... se está a gusto en Alemania, pero como en casa de uno, en ese Sur latino, desorganizado y corrupto...








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