miércoles, 27 de julio de 2016

"...el cuervo, que es muy malo..."

Cruzo el macizo del Montseny, desde El Brull a Sant Esteve de Palautordera; treinta kilómetros, más o menos, una media hora, pasando por Coll Formic... hace una hermosa tarde, conduce Blanca, me relajo disfrutando del bello paisaje... de repente, en una enorme pared de roca, la juventud alegre y combativa ha pintado una estelada "king size", y la leyenda: "Montseny, territori Masai"; un supuesto masai levanta el dedo medio de su mano alzada... cositas así hacen que cada vez más me sienta colono en una tierra que siempre he creído mía, aunque no la mía, no sé si me explico... también mía, por lo menos, y por la que he trabajado toda mi vida... colono no, como poco, cooperante... cobrando, eso si... echo de menos a los discretos y amables masai de verdad... 

Pero no me dejo llevar por esos negros pensamientos... "desconecto"... se está poniendo el sol, y los pájaros, buscando su posadero nocturno, huyen al paso del bólido que conduce mi Pocahontas local... abundan los arrendajos y los mirlos... de repente., un cuervo, o quizás una corneja; me asalta un recuerdo, y casi suelto la carcajada...





Durante muchos años, formé parte de tribunales de oposiciones de acceso a la Función Pública local, en representación de la Direcció General d'Administració Local de la Generalitat de Catalunya; no era una tarea sencilla, si pretendías que siempre se desarrollasen de acuerdo con los principios constitucionales de Mérito y Capacidad, pero estaba bien pagado, te permitía conocer muchos pueblos, con sus electos locales y su personal municipal, en especial sus siempre eficientes y amables secretarios -hice en ellas muchos amigos, algunos de los cuales, afortunadamente, conservo- y, si te lo tomabas con espíritu deportivo, también te permitía disfrutar de mil y una anécdotas, que ahora me apetece contar.

En una ocasión, la Diputación de Barcelona pretendía cubrir varias plazas de guardas forestales del Parque del Montseny: a poco más de cincuenta kilómetros de Barcelona, el Parque Natural del Montseny, sobre un macizo montañoso cuyas cumbres llegan a rozar los 1.800 metros, es un espacio bellísimo y  especialmente bien conservado; lo había recorrido de pequeño, acompañando a mis padres, pero luego, al conocer a Blanca -descendiente del pintor Baixas, uno de los primeros en recoger en sus cuadros la belleza de sus paisajes, y cuya familia ha permanecido desde entonces estrechamente unida al Montseny- esas tierras serían para mí un nuevo territorio sentimental de referencia...

Pero para eso aún faltaban unos años: formábamos el tribunal el Diputado del ramo, algún otro técnico de la Diputación, la Jefa de Recursos Humanos y el que esto suscribe; nos conocíamos de anteriores experiencias, y había entre nosotros el buen ambiente que presagiaba unas oposiciones no especialmente conflictivas.

Formaban ante nosotros, corroídos por los nervios, los opositores; estaban claramente divididos en dos bloques, físicamente muy bien diferenciados: ecologistas urbanos, por una parte; jerseis hechos a mano, pelo largo, alguna rasta, zurrones, sandalias o abarcas mallorquinas... frente a ellos, con americanas oscuras de asistir a entierros, corbatas demasiado anchas y demasiado mal anudadas, brillantina, zapatos recién lustrados... los jóvenes locales, hijos o nietos de los payeses que, treinta años atrás, aún poblaban las decenas de masías repartidas por todo el territorio del parque; los dos grupos se miraban con mal disimulado recelo...

Acordamos hacer entrar a los opositores uno a uno, y plantearles el mismo tema, para que lo desarrollasen oralmente: "La Fauna del Montseny"; entraban los ecologistas urbanos, y era un placer oirlos; especies, con sus nombres latinos -el binomio de Linneo- sus nombres populares en Catalán y en Castellano, su status poblacional, su distribución, alimentación, hábitos, medidas propuestas para su conservación o erradicación -había especies invasoras, como el Visón americano, supervivientes de exitosas fugas de sus stalags peleteros...- yo, ya por entonces ornitólogo aficionado, los escuchaba extasiado...

Paro llegó el momento de escuchar a uno de los jóvenes locales; de rostro colorado, pelos erizados apenas trabajosamente aplanados, puntas del cuello de la camisa desafiantemente alzadas hacia el cielo... ante nuestra pregunta, enrojeció aún más, miró hacia la puntera de sus zapatos, y empezó a desgranar trabajosamente su respuesta, con una voz apenas audible:

"Al Montseny tenim... tenim el senglar -el jabalí-, tenim la guineu -la zorra-, tenim el corb -el cuervo- que és molt dolent... que es muy malo..."

"Dolent, el corb...?" -"¿Malo, el cuervo?", pregunté yo, extrañado...

"Si per menjar és molt dolent: si, para comer es muy malo...", contestó, en un tono de voz aún más bajo, casi confidencial...


La jefa de Recursos Humanos, vieja amiga, me hundió un codo en las costillas... "¡Coño, se ha comido un cuervo...!", exclamó...

Una vez a solas el tribunal, tranquilicé a mis compañeros; el muchacho vivía en la Naturaleza, y es casi una obligación conocer y valorar todos los recursos que tienes a tu alcance: les conté lo sucedido a mi hermano veterinario: contemplaba el río Cinca desde un puente, con un conocido sobrarbense, cuando pasó volando sobre ellos una gaviota... "Fíjese, una gaviota, hace años no se veían esos pájaros por aquí..." "Ya las hi probau, y no valen t'a cosa...!", contestó, despectivo, el campesino... nuestro montañés del Montseny había obrado en consecuencia, aplicando el protocolo correcto: bicho que no conoces; tiro, guiso, y sacar conclusiones; método de prueba y error, padre del conocimiento científico...

"Y qué hacemos con ellos...?" se preguntó el Diputado...

"¿Queréis un consejo...? cojamos mitad y mitad: ecologistas urbanos que os conserven Fauna y Flora en óptimas condiciones, y chicos de masía, que os rescaten a los urbanitas cuando se os pierdan por los bosques..." fue mi respuesta...

Todos consideraron razonable mi propuesta, y así la Diputación de Barcelona se dotó de un puñado de nuevos funcionarios que, estoy seguro, desempeñaron sus cometidos con celo y eficacia, y a entera satisfacción de sus superiores y público en general que, en definitiva, son los que nos pagan... amén.








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