miércoles, 11 de mayo de 2016

¡Más cine, por favor...!

Una entrada de urgencia: hay que apoyar el Cine en Sobrarbe; acudamos...




Nuestra magnífica Sala de Proyección: ¡Así tendría que estar siempre!





Las sobremesas de Agosto, en Boltaña, eran hipnóticas... ¡qué siestones, punteados por el canto de las cigarras y el zumbido de cientos y cientos de moscas -en cada casa había corrales, imaginad...-!: de repente, se oía una corneta, y, de un salto, nos precipitábamos a la galería; allá abajo, en la Carrereta, el pregonero voceaba: "¡De orden del Señor Alcalde, se hace saber... que, esta noche, cine en el Parador... se proyectará la película....., con los actores...!" y aquí venían, en versión aragonesa, los nombres de los más famosos actores de Hollywood, Gary Cooper, Clark Gable... que, total, tampoco ninguno sabíamos pronunciar correctamente, para qué vamos a decir una cosa por otra...

A la hora en punto, allí estábamos, en la sala interior del viejo edificio, el mismo que había conocido Lucien Briet. O, si la noche era buena -de rebequita, vamos, las noches del Verano boltañés-, en el espacio abierto donde, años después, se construiría nuestra única y breve piscina: sentados en sillas plegables o en viejas sillas de comedor, viendo la proyección, irregular, con saltos, en una sábana atirantada con listones de madera: alguien había pintado en la sábana, a lápiz, una cabeza de pato, y recuerdo una película sobre monjitas -cosa no extraña en la época; abundaban- donde el pato aparecía, indefectiblemente, sobre las blancas tocas...pero allí absorbíamos la magia del cine, historias que nos llegaban de lejanas tierras, o películas españolas en blanco y negro... volvíamos, cuesta arriba, a casa con las imágenes grabadas en nuestras asombradas mentes, hay que ver, lo que era el Cine...


Boltaña, años Sesenta; Cine Álamo


La notícia de que los de Casa Menac estaban construyendo un cine nuevo nos llegó puntual a Barcelona, por ese eficaz  "boca a oreja" de los emigrados... con el Cine Álamo entraba en Boltaña la modernidad, y no es casual que, haciendo sus cimientos, apareciese un enterramiento neolítico... me perdí su inauguración, - que, creo, no pudo ser "El Álamo"- pero pronto fui un fiel asistente, en el poco tiempo que, entonces, podía pasar en Boltaña: de construcción sencilla, pero con un detalle gracioso en piedra en su fachada, blanco como era entonces todo el pueblo, con un aparato de proyección bastante adecuado para la época, y sillones, de madera, pero sillones...

La asistencia al cine era todo un acontecimiento social: empezaba con los preliminares; la llegada, en el coche de línea, de la saca con las bobinas; alguna vez ayudé a transportarlas; recuerdo que, en una ocasión, venía con ellas una nota de la Censura: "Eliminar la escena donde dice: es una persona de confianza; durante la Guerra de España, pasaba armas a los Republicanos..." Muchas veces entrábamos también en la cabina de proyección, viendo cómo aquella imponente máquina devoraba velozmente la película, que había que ir empalmando, rollo a rollo...

Pero la sesión, en sí era un acto social; acudías en grupo, con los amigos, anticipando de antemano lo que sabías de la película; asistías en silencio... o no tanto; recuerdo el inicio de "El Tormento y el Éxtasis", sobre la vida de Miguel Ángel, y empieza con un impresionante trávelling aéreo sobre el Vaticano... todos pudimos oír la voz inconfundible de un amigo comentando, un punto más alto de lo estrictamente necesario... "¡Míala, a Cópula de San Pedro...!" y, a la salida, tiempo tenías para iniciarte en la crítica cinematográfica, otra vez en grupo, con tus amigos, tomando algo en los bares de la Carretera... mientras hubo soldados en los Cuarteles, una parte importante de los asistentes vestían de caqui y comían pipas, y un olor denso, profundo, a pies mal lavados y calcetines poco cambiados, flotaba en el ambiente, pero no parecía preocuparnos demasiado.

En los sillones de madera del "Alamo" vi muchas de las grandes películas de la segunda mitad del Siglo XX: empecé a los quince o dieciséis años, y llegué a ir con mis hijos, seguramente su primer cine; recuerdo que, cuando mi hijo Borja tenía dos meses -dos meses en que mi mujer y yo nos turnábamos para darle los biberones nocturnos- nos atrevimos a llevarlo al cine, para ver "Grease"... cometí un fallo; iba corto de sueño: me la dormí entera y verdadera; creo que iba de unos que bailaban...

Pero no son esos los únicos recuerdos del "Álamo"; la oscuridad de la sala te ofrecía momentos de intimidad difíciles de conseguir fuera... allí, emocionados, pudimos sujetar por primera vez en nuestra mano la de alguna chica, de la que estabas perdidamente enamorado para toda la vida o, por lo menos, para las próximas semanas, mientras sonaba alguna música que ya nunca olvidaremos... "Raindrops keep fallin' on my head..."

"El Álamo" cumplió su ciclo y, en su fase final, cubrió también una necesidad que aún sigue sin resolverse: ofrecer un lugar donde los jóvenes puedan agitar cubitos de hielo en un vaso tubo aguantando muchos decibelios, mientras niños y adultos duermen, tranquilos y felices, en sus lechos... por eso todos contuvimos la respiración cuando, como mariposa salida de la crisálida, eclosionó en su lugar nuestro magnífico Palacio de Congresos, dotado de una sala y unos medios técnicos de proyección comparables a los que podías encontrar en cualquier ciudad. En cualquier otra ciudad, porque colocaba a Boltaña, y a todo Sobrarbe, a un nivel de equipamiento plenamente ciudadano. Por lo menos, en eso...

Mis amigos de fuera alucinan cuando les cuento que, en una comarca de siete mil habitantes, tenemos un Festival Internacional de Documental Etnográfico, que va por su decimoquinta edición -¡ya hemos empezado a trabajar en ella!, una Muestra de Cine de Mujeres, el Festival de Cine Más Pequeño del Mundo, hemos recibido este año el Festival de Banff, de Cine de Montaña -y esperemos que se consolide-, y mantenemos desde hace meses un prometedor Cineclub, que utiliza nuestra entrañable sala de proyecciones de la Casa de Cultura. No se puede negar que hay en Sobrarbe interés por el Cine, y un puntal de ese interés ha de ser la programación de cine comercial, aprovechando las instalaciones del Palacio de Congresos.

Hasta el momento, la selección de películas que hemos podido ver me ha parecido, en líneas generales, muy acertada: obras importantes las hemos podido ver en Boltaña pocos días después de su estreno en Madrid y Barcelona, y, en los últimos meses, recuerdo llenazos en la proyección de películas recientes y taquilleras del cine español: "Palmeras en la Nieve", los "Ocho apellidos", en sus dos versiones y, a otro nivel artístico -más exigente, extremadamente bella-, "Bodas de sangre"... incluso hubo una buena entrada, recientemente, para la oscarizada "Spotlight", a pesar de que su temática podía resultar poco atractiva para algunos.

Pero, al parecer, los números no salen... ni en Boltaña, ni en muchas otras partes: se asiste a un goteo de cierres de salas, y eso nos pone el alma en vilo a los que amamos el Cine.

Todos conocemos las causas: el cine no es barato, el IVA cultural ha venido a añadir una nueva dificultad, y la gente reacciona "bajándose" las películas, aprovechando las facilidades para el pirateo informático... se sigue viendo cine, quizás más que nunca, pero no en las salas, no pasando por taquilla. Y ahí reside el problema: el Cine, además de un arte, es una industria. Y una industria de productos caros; cada película implica el trabajo, durante largos periodos de tiempo, de cientos y cientos de personas, que tienen que cobrar por ello, porque de ello viven: Y esa inversión, hoy por hoy, solo se recupera en taquilla. la Literatura requiere un hombre con ganas de contar algo, papel y un bolígrafo, o un ordenador; la piratería literaria -y no la defiendo, soy mínimo accionista de una pequeña editorial- no matará la Literatura: cualquiera puede montarse un blog y, os lo aseguro, está al alcance del más negado en materia de informática, soy buena prueba de ello... pero la piratería cinematográfica puede matar la Industria y, con ella, el Arte. Y en no demasiado tiempo, además...

¿Por qué hay que ir al cine en una sala de cine, es decir, pagando en la taquilla...? De entrada, niego la mayor; no es tan caro; te va a costar la entrada -a mí, por lo menos, mayor de 65- lo que una ronda de cervezas en un bar. Con la diferencia de que todas las cervezas son bastante parecidas -por mucho que diga Tosar y su piscina de pirañas-, mientras cada película es única en su género, aunque sea un  "remake" o una "precuela". Y, además, de todas ellas -y ahora me voy a pasar: incluso del género más despreciable: las de veinteañeros yankis obsesos sexuales y descerebrados- puedes salvar algo, puedes recordar algún momento...

Y, en segundo lugar, porque las películas están hechas para verlas en cines: durante la preselección de "Espiello" vemos los documentales en casa, en el ordenador o en el televisor: cuando volvemos a verlas, en la sala del Palacio de Congresos, sentados, en silencio, en medio de la oscuridad, envueltos en el sonido -cómo lo apreciamos los mediosordos-, en pantalla grande -aquí el tamaño importa, y mucho-... estamos viendo algo completamente distinto. Estamos dentro de la película. Eso es magia...

No dejemos caer nuestro cine comercial: hagamos todos los esfuerzos por mantenerlo, y me refiero, por supuesto, a los ciudadanos del montón, que solo podemos hacer una cosa; ir, pagando. Aunque llueva, aunque haga frío, aunque estés muy cómodo en tu sillón, junto al radiador... Lo que allí vas a ver, lo que sólo allí puedes ver, va a cambiar, aunque sea un poquito, tu vida... sin él, nuestras noches serían más oscuras, más tristes, más pobres... y Sobrarbe se alejaría un poquito del Mundo, se hundiría en esa bruma de la que, con el esfuerzo de todos, vamos saliendo día a día...














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