lunes, 18 de abril de 2016

Paseando por Buenos Aires: Recoleta



Serán pocos días, pero no me cuesta nada acostumbrarme a Buenos Aires: finjo que paseo por sus calles, como si lo hubiese hecho siempre, como si mis horas allí no estuviesen ya contadas…



Mi barrio, en Buenos Aires, es Recoleta: es un barrio “pijo”, ya me parece bien… allí se retiraron los antiguos porteños cuando las fiebres les hicieron desconfiar de las cercanas aguas del Río de la Plata. Nuestro hotel está en Lasheras, al 2100. Lasheras es un general, nada que decir, yo también nací y crecí en una ciudad llena de calles de generales: y “al 2100” es la forma correcta de decirlo; he probado otras alternativas “En el 2100”, “Número 2100”… y siempre he despertado gestos de incomprensión: debe ser lo mismo que, según dice nuestra Lehrerin, les pasa a los alemanes, que si no pones el verbo en segunda posición, no te entienden… Han desarrollado los bonaerenses un sistema de georeferenciación único en el Mundo: les digas la dirección que les digas, en un momento saben a cuantas “cuadras” estás y, más o menos, cuanto te puede costar llegar andando, en el “Subte” o en los “Colectivos”….El “Subte” es, por supuesto, el Metro; no hay muchas líneas, y suelen seguir grandes avenidas; me recuerda algo al de Nueva York, en el sentido de que uno y otro han conocido días mejores; en una de sus estaciones, un mural de mosaico, futurista, nos retrata cómo veían su ciudad en los años 30 del Siglo Pasado, una potencia económica, agazapada para saltar limpiamente hacia el Futuro… fueron, sin duda, años de optimismo desbordados y de vitalidad extrema.







Los “colectivos” -los autobuses- abundan a cientos… te colocas en el bordillo de una gran avenida, y pasan y pasan sin parar… la mayoría son modelos anticuados, de piso alto y mucho cromado, que requieren, en los “paraderos” unas aceras sobreelevadas, para subir o bajar con facilidad: empiezan a verse también autobuses de “Piso bajo”, confío en que se generalicen…. “Subte” y “Colectivos” son sumamente baratos (aunque creo que Macri acaba de subirlos drásticamente) y puedes pagarlos con una tarjeta-monedero de fácil recarga, la “Suve”…. si no, siempre te queda el taxi: hay muchísimos, normales y “remises” -tienes que pedirlos por teléfono-, a precios muy sensatos, y conducidos por gente, en general, sumamente amable. Por cierto; para pedir a un taxi que pare, debes indicar con la mano hacia abajo; si es a un “colectivo”, brazo arriba, a lo falangista… Para más comodidad, para un barcelonés, los taxis van pintados de negro y amarillo; ¡perfecto!





Me voy fijando en los coches; el estado del parque móvil es una buena señal de la situación económica; veo bastantes coches nuevos, pero de gama media-baja: hay unos Volkswagen “Gol”, que se quedan a medio camino entre el Golf y el Polo, y muchísimos Chevrolets fabricados en Argentina para el Mercosur… veo Mercedes, pero pocos BMW o Audis… De entre los modelos viejos, me sorprende ver aún muchos R-12 de Renault, coche que, supongo, se debió dejar de fabricar en los años 80, y un modelo de Peugeot que se fabricó en Argentina también hace muchos años… en Tierra de Fuego predominaban los coches pequeñitos -a pocos sitios se puede ir allí en coche-, y Patagonia era el reino de las pickups.

Recoleta, ya os lo he dicho, es un barrio elegante; elegante quiere decir también, generalmente, seguro; de día hay mucha presencia policial; policía municipal y metropolitana; me llaman la atención los coches policiales, de enormes parachoques; me dicen que es para arremeter contra los vehículos perseguidos o -cosa más creible- contra las barricadas. De noche la presencia flojea un poco, todos los gatos son pardos, y me sorprendo cuando me cuentan que, al acabar una cena o una fiesta, no es insólito que los amigos se llamen por teléfono para saber si han llegado bien a sus casas… la primera noche que salimos a cenar, vi un grupito de muchachos muy jóvenes, con cierto aire de malotes; con cambiar de acera, no problem, pero cuando no conoces los códigos, vas siempre un poco vendido.



¿Qué tiene Recoleta digno de ser visitados? tiene un bonito centro comercial, donde aún llego a pillar las rebajas de verano -que allí deben ser de Febrero, digo yo- y comprarme una camisa, tiene un montón de restaurantes, en especial uno, auténtico templo de la “Milanesa”, donde nos comemos sendas piezas de media hectárea, preguntándonos cómo diablos consiguen sacar algo tan grande de una simple vaca… pero, sobre todo, tiene cuatro cosas importantes, y a pocos metros de nuestro hotel; una iglesia, una plaza, un Centro Cultural, y un cementerio.

La Iglesia es la Iglesia del Pilar, uno de los edificios coloniales más antiguos de Buenos Aires… mirad por un momento el mapa de la América Hispana tal y como ellos lo veían; las tierras del Plata eran lejanas y, además, pese a su nombre, pocos metales preciosos producían; durante muchos años fueron un lugar remoto, gobernado desde el rico Perú, y no fueron ascendidas a Virreinato hasta los últimos años del dominio español: así, sus edificios coloniales no tienen nada que ver con la magnificencia barroca tan presente en otros lugares: son humildes, sencillos, y muy posteriores; pero El Pilar tiene un encanto especial, nacido precisamente de su sencillez exterior, y el contraste con su interior, ricamente ornamentado… además, ni que decir tiene que, para un medioaragonés, El Pilar nunca te deja indiferente: uno tendrá o dejará de tener sus creencias, pero el tótem de la tribu se respeta, claro que se respeta…



Muy cerca del Pilar, el Centro Cultural de la Ciudad de Buenos Aires; aprovecha un edificio viejo -es difícil aplicarles el concepto de “Antiguo” a edificios mucho más modernos que mi casa de Boltaña-, muy correctamente restaurado, y es un hormiguero de gente dirigiéndose a las muchas actividades que alberga; con mucho gusto hubiese dedicado varios días a pasear por su agenda, tan prometedora… pero dura es la vida del turista, incluso del que tiene vanas pretensiones de viajero; quieres ver, experimentar, oler, tocar… muchas cosas en poco tiempo, lo que ganas en extensión, necesariamente lo pierdes en intensidad, en fín…

La Plaza de Francia es muy grande, en fuerte desnivel; durante el fín de semana hay allí un mercadillo de artesanía, donde sucumbimos al color local y compramos una bella calabaza con su bombilla para el mate, decoradas en plata, y grupos de jóvenes se reúnen en su cesped, mateando, comiendo choripanes y tocando guitarras y bongos: tiene alguno de los árboles más grandes y bonitos que he visto en mi vida: hay extrañas araucarias, enormes “gomeros” y, especialmente, no menos enormes ejemplares de ombú, ese árbol que, en realidad, es una hierba gigante, y la sonoridad de cuyo nombre, recogido en una obra de Alejandro Casona, exiliado muchos años en Buenos Aires, tanto gusta a mi madre… un atlas metálico sustenta una gigantesca rama, frente a los agradables restaurantes con terrazas bajo las copas, iluminadas con velitas, en uno de los cuales cenamos. Por la mañana, cruzando la plaza, una pareja ya mayor, elegantemente vestida, se aproxima a nosotros, al vernos admirar los árboles… “Linda la plaza, ¿no? -nos dicen- nosotros llevamos treinta años viviendo aquí, y cada día salimos un ratito, a admirarla…” No es extraño, en Argentina, que gente que no conoces de nada te dirija la palabra, se interese por tu procedencia, cruce contigo unas frases siempre amables, pero es especialmente grato encontrarse con personas tan felices en su entorno; de acuerdo, es un entorno privilegiado, pero aún así hay quien se las ingeniaría para estar todo el día dando por saco hasta en el mismísimo Paraíso, y no digo ya en el Cristiano -que, sinceramente, me parece algo soso y aburridote- sino en el Musulmán, infinitamente más logrado y repleto de atractivos…







El Cementerio de Recoleta es justamente lo contrario de los cementerios que, para mí, aún tienen un pasar, y me reafirma en mi firme deseo de ser incinerado y aventadas mis cenizas en lugar que no diré, porque posiblemente -vamos, seguro- es ilegal, pero ya he cursado instrucciones muy precisas a mis herederos. Recoleta es una Ciudad de los Muertos pero, extrañamente en Buenos Aires, sin vegetación. Además es una ciudad de clase media-alta, todas sus tumbas son “Bóvedas”, que es como aquí llaman a los Panteones, con gran lujo de piedra o -me parece a mí- sobre todo, cemento y piedra artificial, o mármoles importados, en un terreno pampero donde el estrato rocoso debe andar varios cientos de metros por debajo de la superficie. Las familias patricias o, simplemente, ricas que aquí construyeron sus panteones se gastaron en alardes arquitectónicos y escultóricos lo que ahorraban en vegetación, solo presente en los más abandonados, donde los excrementos de las palomas, benéficos en este caso, han dejado caer semillas que germinan en un entorno tan hostil.




Todo el cementerio, por lo tanto, es un alarde escultórico, pero de una época en que la escultura -y no digo ya la funeraria- era de un clasicismo que tira, literalmente, de espaldas… en sus bóvedas, muchas veces con puertas de cristal que dejan ver el interior, reposan en sus ataudes -expuestos- lo más granado de las dos o tres generaciones que vieron a Argentina pasar de una ex-colonia de país segundón a país emergente en el concierto económico mundial. Chavales, allí hay poderío en cada metro cuadrado, hay lana, hay trigo, hay bifes de chorizo en cada querubín lloroso, en cada Piedad… me llama la atención ver bóvedas corporativas; colegios profesionales, asociaciones empresariales… una de las bóvedas, según la placa que campea en su pared, es ofrenda de los oficiales de su Regimiento a un Coronel; me los imagino sacando las perricas de sus magras nóminas -ya lo dijo Lope; la Milicia, “Religión de hombres honrados”- para pagar a escote el pastón que les costaría la bóveda del Usía…




Allí, en una calle lateral, sin nada que la identifique, salvo la acumulación de flores en sus puertas, está la tumba de su habitante más conocida; Eva Duarte de Perón. 

Dios me libre de meterme en los jardines de la Política Argentina, que conozco solo por referencias; de hecho, últimamente me produce urticaria hablar hasta de la Política Española -y no digamos ya de la Catalana-, políticas que conozco como si las hubiese parido… la figura de Evita es, en Argentina, omnipresente; bustos en lugares públicos, con o sin su marido, su imágen en un edificio en plena Avenida 9 de Julio, nombres en calles… incluso una ciudad, anunciada en su desvío en la autopista que conduce a Eceiza; allí, en la bóveda familiar -“Familia Duarte”- reposan sus restos, tras una muerte casi tan aventurera como su breve vida: murió a los 33 años y, según me dicen, mientras sus fieles descamisados la lloraban -aún la lloran ahora- sus enemigos políticos inundaron Buenos Aires de pintadas que rezaban: “¡Viva el cáncer!”. Su cuerpo, embalsamado por un doctor de apellido extrañamente familiar para un boltañés -Ara-, fue secuestrado y permaneció durante años en desconocido paradero, hasta que su viudo pudo recuperarlo y custodiarlo un tiempo en su chalet de exiliado de lujo, en Puerta de Hierro, hasta su regreso triunfal -el de ambos, no exento de serios problemas- a Argentina.





Pero mi Evita no es, por supuesto, la encendida oradora que levantaba a las masas, ni mucho menos la heroína de una ópera “Pop”, aunque “No llores por mí, Argentina” tiene una extraña belleza; el recuerdo de Evita, ”La Perona”, en España, no puede disociarse del hambre, auténtica hambre que pasaron mis paisanos en los durísimos años de la postguerra, cuando sólo el Gobierno de Perón se atrevía a mantener relaciones con el apestado dictador fascista -aún no reciclado por la Guerra Fría en fiel amigo de las Potencias Occidentales y Democráticas-, y los suministros argentinos -trigo, carne…- eran los únicos que llegaban a España… aún hoy, una judía verde -un “poroto”, en Argentina- es llamada “de La Perona”… cuando yo hacía el Servicio Militar, en 1974, un compañero fue enviado en un camión a recoger carne de un depósito militar; cuando volvió, pálido, me dijo “¡Nos estamos comiendo vacas que estaban ya muertas cuando yo nací!”. Vacas argentinas, congeladas desde hacía más de dos décadas… ¿Y sabéis una cosa…? la grasa estaba un poco rancia, pero nos las comíamos bien a gusto, después de una mañana de pegar barrigazos en el suelo, haciendo la instrucción… ante su lápida -quién no es agradecido, no es bien nacido- le doy las gracias, mentalmente, por sus bifes y sus porotos. y, por qué no decirlo, también por la ilusión que supo sembrar en miles y miles de personas… ilusiones no siempre correspondidas con la realidad pero… ¿por qué será que los únicos que cumplen con sus promesas son los que prometen jodernos, pero bien jodidos…?







No hay comentarios:

Publicar un comentario