miércoles, 13 de mayo de 2015

Geburthaus


Cuando viajo, no eludo los sitios inquietantes, de "mal rollo"...éste es uno de ellos, sin lugar a dudas...

Acabamos de comer en Passau, en el muelle del Danubio, muy cerca del punto donde sus aguas reciben las del Inn, que bajan desde los lejanos Alpes, y ahora las seguimos a distancia, primero por una cuidada autobahn, después por una no menos cuidada carretera secundaria; el campo bávaro, tan verde y ordenado, reluce bajo un sol de justicia, casi castellano, en plena ola de calor que ayer, en Nuremberg, nos puso a 35 grados. Pronto cruzamos un puente, pasamos de Alemania a Austria, y ya estamos en Braunau.

Aparcamos en una hermosa plaza rectangular y larguísima, constelada de edificios barrocos: le digo a Blanca: “¡Si la vemos, la vemos, pero yo no pregunto…!” por nada del Mundo querría yo pasar por admirador de aquel chico que nació aquí hace bastante más de 100 años… tengo suerte porque, en la entrada de un punto de información turística, hay un expositor con planos de la localidad: cojo uno, y allí está: número 13 -no podía ser otro-, “Geburtshaus”, “Casa natal”, no hace falta decir de quién, ¿verdad…?

Siguiendo el plano, recorremos la pequeña ciudad; nos llama la atención, como en muchos otros lugares de Austria y Baviera, las tiendas donde se venden trajes tradicionales; los Dirndl de las mujeres, con sus blusas floreadas y sus faldas amplias, y los Lederhose masculinos, esos pantalones de cuero con peto, que suelen llevar sobre camisas de cuadro, y, en invierno, con chaquetas de loden y botones de asta de ciervo… hoy, te pones un loden, y caes redondo al suelo… No los usan sólo en fiestas señaladas o folklóricas, los ves vistiéndolos normalmente, para ir a pasear, o para tomarse algo en un biergarten…  El chico en cuestión también se ponía los pantalones de cuero, y se conservan fotos suyas de esa guisa, hasta que los consideró incompatibles con su condición de Canciller.

Tras un breve paseo, cruzando bajo un corto túnel, llegamos al Número 13; La casa es como cabía esperar; de líneas anodinas, tristona, pintada de un amarillo desvaído con esas ventanas enrejadas y delineadas en blanco tan características: parece -y está- deshabitada desde hace bastante tiempo, sus cristales, polvorientos… no vivió allí muchos años el chaval, ni fue muy feliz en ella: la combinación de padre autoritario y brutal y madre piadosa y afectuosa, pero enfermiza, muerta muy jóven, no prometía nada bueno. En su pesadísimo libro autobiográfico y psicoanalítico sólo alaba de su lugar natal el hecho de encontrarse en el punto en que confluyen los dos grandes Estados alemanes; pronto iría a vivir a Linz, que consideraba su patria chica, y donde pensaba construir los grandes edificios que garantizarian su recuerdo entre las generaciones futuras; por supuesto, no se construyeron, ni falta que han hecho; todos nos acordamos mucho de él… 

Por si acaso a alguno se le olvida, en la puerta le han puesto un piedro de más de mil kilos, un bloque de la cantera de Mauthaussen, con una única leyenda: “Por la Paz, la Libertad y la Democracia, nunca más Fascismo: millones de muertos os lo recuerdan…”

Llegué a tiempo de conocer, en mis años de estudio en la Facultad de Económicas, a entusiastas del enfoque marxista más simplista, para los cuales los procesos históricos venían punto menos que determinados por los fenómenos económicos: uno de aquellos profesores nos martirizó dictándonos, durante días, largas series sobre la evolución de los precios de los bienes de primera necesidad en los mercados franceses (¡hasta la tela de calzoncillos!) en los años 80 del Siglo XVIII para demostrarnos que, por narices, tenía que producirse la Revolución Francesa. La situación de Alemania a raíz de su derrota en la Primera Guerra Mundial, derrota inexplicable para los nacionalistas alemanes si no se recurría a cualquier teoría conspiratoria, la “stossdolch”, la puñalada por la espalda (de espartaquistas, socialdemócratas, plutócratas, judíos…), la hiperinflación, la crisis económica, el paro rampante de los millones de soldados desmovilizados, la práctica desaparición de la clase media, la ceguera de los gobiernos aliados… creaban sin lugar a dudas condiciones para una profunda convulsión social: pero es difícil aceptar que la Historia de Alemania y de toda Europa, y la historia individual de los millones y millones que fueron víctimas de aquel proceso, hubiesen sido iguales, o parecidas, sin la aportación personal, el sello propio, los demonios familiares de aquel triste muchacho de Braunau.


Con el ánimo encogido, e incluso una cierta sensación de frío interior, con la que está cayendo, nos refugiamos en la intimidad de nuestro coche; abandonamos tierras austríacas, y volvernos a Alemania, sin salir de las breves fronteras del Reich. Próxima parada… Berchstesgaden, lo mío ya es vicio…

Braunau: Markt (Plaza Mayor)

Braunau:  Rathaus (Ayuntamiento)

Braunau: trajes típicos en un escaparate

Braunau: casa natal de Hitler

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