lunes, 4 de mayo de 2015

El Factor Humano

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Al día siguiente de conocerse las causas de la tragedia del vuelo Barcelona-Dusseldorf, escribí esta nota:
La espeluznante revelación de ayer, sobre la causa del trágico accidente aéreo que nos ha conmovido esta semana, nos ha llevado a reflexionar sobre la relevancia del factor humano en muchas de las actividades que nos rodean; toda nuestra seguridad puesta en la técnica se tambalea cuando interfieren en ella la ignorancia, la estupidez, el descuido o, peor aún, el Mal, que -y en eso hay que dar la razón a los curas- existe, vaya si existe...
Soy, desde pequeñito, un apasionado de la aeronáutica: superada ya mi fase de devorador de revistas, y de chapucero constructor de maquetas -contrastaba con la precisión y pulcritud de mi amigo Paco Pizarro, no en vano cirujano infantil...- me he debido contentar con mis experiencias como pasajero en vuelos comerciales: disfruto, sobre todo, el el despegue, cuando, frente a los gestos crispados que, a veces, veo a mi alrededor, con una amplia sonrisa de felicidad, doy gas con mi mano izquierda, sujeto firmemente el joystick con la derecha (siempre despego en un caza), y me voy al aire mientras canturreo las primeras estrofas del himno de Aviación: "¡Alcemos el vuelo, sobre el alto cielo, dejando atrás la tierra...!", Mis vuelos preferidos eran los Barcelona-Burdeos, en un pequeño bireactor Embraer de 32 plazas, donde la sensación de vuelo era más viva, pero también he disfrutado en el A-380, el avión de pasajeros más grande del mundo, donde la Tierra discurre bajo tus pies sin apenas sensación de movimiento... he tenido también una experiencia, breve pero intensa, en un helicóptero, compartida con una amiga que leerá estas líneas, pero quizás encuentre más adelante el momento de contarla... He leído también todo lo que ha caído en mis manos sobre Aviación, desde el encantador Saint-Exupèry al deficiente demócrata, pero magnífico piloto, Has Ulrich Rudel, record mundial de destrucción de carros de combate con su artillado Ju-87 Stuka, pasando por el bienintencionado pero ligeramente fantasmón André Malraux...
En los últimos años tuve que visitar, en diversas ocasiones, la Base Aérea de Zaragoza, con la alegría que os podéis imaginar, y he disfrutado de experiencias como sentarme a los mandos de un F-18, siguiendo las instrucciones de una joven Teniente que, pese a su amabilidad, no accedió a mi súplica de darle a la llave de contacto y llevarme a dar una vuelta. Y, durante unos emocionados minutos, tripulé el simulador de un Hércules sobrevolando nada menos que Afganistán... ¡inolvidable!
Conociendo mi pasión, tuvo Blanca la magnífica idea de regalarme una hora de simulador en la Aeroteca, una librería especializada en el tema, donde me dejaría en pocos minutos la pensión del mes, en el barrio de Gràcia, muy cerca de nuestra casa: no se trata de un juguete, sino de un simulador profesional, apto para el entrenamiento de tripulaciones, y bajo las instrucciones de un auténtico Comandante, con muchísimas horas de vuelo en sus galones. Un regalo carillo y espléndido, que le agradecí desde el fondo de mi alma.
La primera sorpresa me la llevé cuando, sentado en la inesperadamente angosta cockpit de un B-737, se presentó el Comandante con un grueso fajo de papel impreso, donde venían determinados todos los parámetros de nuestro vuelo -un Barcelona- Palma de Mallorca- facilitados por el Dispatching... siguiendo sus instrucciones, introduje dichos parámetros en el ordenador y las frecuencias de radio por las que íbamos a ir pasando a lo largo de nuestro vuelo, y dejamos el aparato perfectamente programado para despegar, navegar y aterrizar en nuestro destino: en atención a mi primer vuelo, me dejó el Comandante intervenir manualmente en despegue y aterrizaje pero, insistía, el avión podía hacerlo por si mismo: nuestras funciones eran programarlo adecuadamente, comprobar cuidadosísimamente la configuración inicial y el correcto funcionamiento de todos los sistemas... e intervenir, por supuesto, en el caso de que algo fallase.
Una vez alcanzada la altura y velocidad de crucero, en vuelo con piloto automático, el Comandante me anunció que salía un momento, a hacer pipí, y pronunció las palabras rituales "Tuyo el avión", por las que me ponía al mando del aparato... y no habría tenido tiempo ni de bajarse la cremallera del pantalón, cuando intervino el dichoso factor humano: llevado por la emoción del momento, moví ligeramente la columna de dirección -esa de los "cuernos", con que se dirige el aparato-, gesto que desconecta los automatismos, y pasé a control manual.. ¡"mi" control manual...!
¡Qué segundos tan interminables...! Olvidé, por un momento, que estaba tranquilamente sentado en un sótano de un edificio de Gràcia, y me vi en las profundidades del Mediterráneo, siendo pasto de las sardinas... con todos mis escasísimos conocimientos prácticos en juego, intenté en todo momento, con los mandos aferrados, mantener el avión horizontal y en el rumbo establecido... según me dijo después el Comandante, no lo hice mal del todo, y el error que cometí tocando lo que no debía era frecuente y disculpable...proseguimos nuestro vuelo, y aterrizamos felizmente en Son Sant Joan.
Comprenderéis que, habiendo pasado por esa experiencia, aunque fuese entre los algodones del simulador, pude visualizar perfectamente la ocasión en que un copiloto, haciéndose con los mandos por una circunstancia tan banal, desencadene en un momento de no se sabe qué -desesperación, locura, el abismo insondable de la maldad...- una tragedia como la que, desgraciadamente, nos ha sobrecogido a todos... seguiré volando con absoluta tranquilidad, incluso con alegría, sabiéndome en un medio de transporte sumamente seguro, en manos de técnicos y pilotos altamente cualificados, pero nada impedirá que, el algún momento, fugazmente, relampaguee en mi celebro una lucecita que me recuerde que, en definitiva, siempre y en todo lugar, estamos en manos del Factor Humano...



Base Aérea de Zaragoza: con un F-18

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